viernes, 28 de febrero de 2014

EL SUEÑO DE CHARLOT - COLEGIO BAJO ARAGÓN




A Lola González Gorostiza

Los maestros tienen algo especial.

 Esa relación con niños y adolescentes imprime carácter. Estar en la "sala de máquinas" psíquica, acompañar y servir de faro en los primeros pasos, convierte al educador en una de las figuras clave en el desarrollo personal.

Todos hemos conocido a alguien que cuenta cómo el estímulo de su profesor fue decisivo en el reconocimiento de sus cualidades. Pero esto sería especial para quienes están cerca de ellos, es decir, para los alumnos.

Lo llamativo de quien, por vocación, se dedicó a la enseñanza, está en la variedad de cuerdas vitales que activó y que, como un encaje de bolillos, trenzaron unos complejos entramados que llevan la impronta, el perfume, de las manos que combinaron esos hilos.

De ese perfume hablo.

Aparentemente se les fue su vida en la de los demás, en un caminar sin retorno. Y este "vacío" les hace aparecer, en cierta manera, tristes.

 Sin embargo, cuando pasa por su lado un determinado aroma, son los primeros en abrir la puerta de su hospitalidad. Siempre tienen lumbre en su  hogar y un trozo de hogaza para acoger, una vez más, la alegría que se fue.


 Porque se fue, nada más que para tener la dicha de volver a encontrarse consigo misma.





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