jueves, 31 de diciembre de 2015

NIEVE ANDREA Y EL TANGO





"Tango.
Nunca me había fijado de aquel modo en ese baile, pero en ese momento descubrí que era algo distinto. Y dirigí mi mirada hacia la pareja que claramente destacaba; nunca sabré si su protagonismo era sólo producto de mi imaginación, o si realmente eran los reyes de la sala.
María y Eugenio. Los pies de ambos seguían a la música (¿o era la música la que los seguía a ellos?), coordinación perfecta.
Y esa energía que desprendía ella, impregnando toda la sala con su alegría. Los ojos cerrados de felicidad y una sonrisa radiante. Casi daba la impresión de que flotaba, que estaba en otro paisaje. Al igual que quien la miraba, pues transmitía esa paz que sólo puede conseguirse cuando se es completa y realmente feliz. Disfrutaba al máximo del baile, comunicación, vida al fin.
¡Qué gusto daba verlos! Eugenio la llevaba de aquí para allá con soltura, al marcado ritmo de la pieza, pasos desconocidos para mí, extrañas bellezas entrecruzadas entre las cuales se veía algo más.
El tango, qué baile. Belleza como no hay otra cuando se baila bien, y eso que apenas metían adornos ni pasos inverosímiles, como en los concursos. Así, tranquilamente, como quien no quiere la cosa, unas cuantas parejas bailaban desplazándose poco a poco en torno a las columnas.
Un ligero contratiempo de los pies de él, una sonrisa de ella, y al momento siguiente todo volvió a la normalidad. Nada podía turbar esta magia.
Terminó la pieza, y yo, desde el otro lado de la sala y por medio de señales que apenas me salían -tan hipnotizada me tenía su actuación-, les pedí que bailasen la siguiente.
¡Qué instantes tan perfectos! No había espacio para el tiempo: las horas, los minutos, pasaban sin saberlo.
Ante mis asombrados y deleitados ojos pasaban los bailarines, enfundados todos ellos en negros pantalones o ropas elegantes: empresarios, artistas, dependientes de tienda, ejecutivos, amas de casa, bohemios, madres; en definitiva, de todo había allí. Gente tan distinta unida por una misma pasión.
A los oídos me mi memoria llegaban aquellos poemas sobre el tango que con tanta emoción había escrito María cuando estaba aprendiendo a bailar…

Tango
Prestarle rostro al silencio.

¿Acaso no interpretaban la frase con su danza?

La postura
Enfrentados, te pones a mi altura yo me crezco.
Cincelados mis pies por la ternura,
no invado tu terreno
y equilibrada, esa fuerza nos impulsa.
El norte son mis ojos.

Claramente, ésa era la postura adoptada por la gran mayoría de los danzantes; los que parecían uno con su pareja y con la música eran el vivo reflejo de este poema.

La distancia
Ni muy pegada a ti
(que quepa un hilo),
ni demasiado lejos
(que tenga todo el mundo sitio).

No habría podido serse tan preciso en la descripción del baile: ni mucho, ni poco. El eterno y vital término medio.

El pie
…todos tus pasos dibujados en mí, que soy tu tierra.
Aquellos poemas, publicados en edición limitada por ella misma, habiendo ganado aquel premio de poesía del tango en el 2001, en un libro titulado “El Tango con Darío”, eran justo lo que más encajaba con aquellos instantes. Tan precioso era el baile, y tanto lo era su arte, su poesía. Tan bien lo reflejaba.
También se había hecho CD, leído por una argentina, la que había convocado el concurso de poesía. Me había gustado tanto, que lo escuché hasta la saciedad.
María, de vez en cuando, abría los ojos y miraba a Eugenio.

La mirada
Nos miramos
y siento una emoción desconocida
porque no sé, todavía, quién eres.
¿Te imaginas qué puede ocurrir
cuando me reconozcas?

Mi poema preferido en aquel bello libro.
Terminó la pieza y, esta vez sí, María y Eugenio volvieron a sentarse junto a mí, ella con toda su emoción reflejada en las sonrosadas mejillas que contrastaban con el azul de sus ojos."


Fragmento de "El Eco de un Concierto". Nieve Andrea Sádaba




martes, 29 de diciembre de 2015

PARA TI



(Fotograma de Ágora)


Alguien perdió una carta dirigida a alguien. Decía así:


Para ti.

Hace un día muy hermoso. Qué quietud. Qué silencio. Tanto como mi paz. Soy feliz.
Respira hondo (aquí venía el nombre del autor), que de más hondo aún viene tu dicha.
Qué pena quererte tanto, qué pena; pero qué alegría también tener esta pena.
Este hombre, el mejor que he conocido, podría haber sido tuyo.”

Si yo hubiese sido la destinataria de esta carta, hubiera respondido así:

“Tienes razón. Es el mejor por ser el único que has conocido. Si te hubieras “reconocido” esa pena estaría en su sitio y hubiera traído su espacio.

La diferencia en decir “tuyo” o “tu yo” es fundamental. Mi yo solo espera reconocerse en mí para no invadir el espacio de los demás. Si yo hubiera sido tú no habría para mí felicidad posible.

Tuyo debiste ser tú y no pudo ser.

Estoy segura de que ya lo has comprendido todo. Para la conciencia universal tú también eres imprescindible. En este final pudiste respirar con la hondura debida.

Yo nunca he dejado de ser feliz.


Para mí



miércoles, 23 de diciembre de 2015

En el autobús - diciembre 2015






Esperaba, como todos los días, el autobús.

Subí la primera, aunque era la tercera en una fila que fue aumentando desordenadamente.

La máquina dijo que no, que mi tarjeta no era válida. Volvía validar y la respuesta fue la misma: “que no”.

Los pasajeros pasaban (también de mí) y el conductor se multiplicó en dispensar los billetes y comprobar que mi tarjeta de transporte era legal. (Yo no tenía ninguna duda). Se le veía cansado y se dirigía a mí de manera displicente. Después de varios intentos con una incómoda expresión, me dijo con tono cansino: “puede pasar”. Y pasé. Pasé de él, sin darle las gracias.

Ese “des-agradecimiento” me hizo sentir incómoda y pensé que la solución hubiera sido dar dos golpecitos cariñosos a la máquina validadora dejando constancia indirecta de que me hacía cargo de su agotamiento.

Hay que comprender que a veces (pocas), se comportan (nos comportamos) como autómatas y la empatía es un oasis donde reponer fuerzas. Estos días están de huelga y la lucha por los derechos desgasta.

En ese momento él no estaba para responder emocionalmente y yo quise guardar silencio para no hacer hablar a las máquinas.

A través de la ventanilla el paisaje era gris pero se adivinaba un sol que podía llegar en cualquier momento.

Y llegó.





 

martes, 22 de diciembre de 2015

LOTERÍA 2015








Sueño con no desear dinero y la feliz realidad me abraza.







martes, 15 de diciembre de 2015

MI PRIMER POEMA

Eco y Narciso
John William Waterhouse.



Al atardecer, me buscabas por todos los rincones de la tierra sin saber qué buscabas.

Cuando anocheció acariciaste todos los rostros esperando encontrarme.

Al amanecer tu corazón sintió que me encontraba cerca,
y se preparó para recibirme.

En el mediodía te susurro,
¿cómo esperabas verme, si estoy en tu ojo?

Y seguí, danzante, en torno a tu centro.





***

miércoles, 9 de diciembre de 2015

PAZ - 10 septiembre 2012


A todos los muertos inocentes,
incluidos aquellos que son responsables de tanto dolor,
porque en esa medida, son inocentes también de estar muertos.





Dibujo de Pilar Alcolea







Acabo de participar en una manifestación por la paz.
¡Cuánto cuesta encontrarle todo el sentido a esa hermosa palabra!
Los que allí estábamos no queríamos que siguieran matando inocentes. ¿Pero quién lo quiere?

Como estábamos enfadados le dijimos al embajador de turno que se fuera. Solo quedó añadir: “por las buenas o por las malas”

Como por las buenas no hicieron aquello que ordenaba el país representado por el embajador “non grato”, eligieron las “malas” y mataron al invasor para dejar que los buenos gobernasen.

En todos los países, en algún momento, las fuerzas supuestamente del orden, quitaron la voz “por las malas” a quienes no pensaban como ellos. En estos conflictos, un porcentaje eligió la palabra para defender sus ideas, pero el resto no encontró esa salida y creyeron tener derecho a responder igual, es decir, con la fuerza, haciendo exactamente lo mismo que quienes les habían agredido.

Como la fuerza ejerce para no quedarse sin significado, acabó por eliminar incluso a los compañeros con los que juntos lucharon contra los que solo admitían el orden por ellos establecido. Ahora lloran juntos víctimas y verdugos sin tener el consuelo de poder enfadarse con un enemigo claro.

A la manifestación nos acompañó Isabela, una pequeña de pocos años. Venía de jugar con otro niño que, según nos contó, le había dejado su tractor por la hermosa razón de compartir.

Muy interesada preguntaba qué decían los que gritaban; por qué la gente estaba tan enfadada; por qué no llevábamos una bandera como el niño del cochecito.

Isabela, le dije: “Tienes que dibujar una bandera y regalármela”. Contundentemente dijo: “No”. “La dibujaré para las dos”.

Estoy sentada frente al embajador expulsado, al que he pedido que me acompañe, para encontrar la manera de reciclarnos en el corazón de Isabela.

PAZ

...

Isabela, le dije: “Tienes que dibujar una bandera y regalármela”.
Contundentemente dijo: “No”.La dibujaré para las dos”.
















Estoy sentada frente al embajador expulsado, al que he pedido que me acompañe, para encontrar la manera de reciclarnos en el corazón de Isabela.
***




jueves, 3 de diciembre de 2015

CONCHITA PIQUER - No te mires en el río (1ª versión)






Cuando somos niños dependemos de nuestros padres. No tenemos la madurez suficiente para conocernos y que nos acompañen es primordial. Nuestros padres nos guían según saben y saben lo que aprendieron cuando eran niños y dependían de los suyos.

Es una cadena que sería muy fácil de romper si socialmente estuviésemos bien organizados. Afortunadamente vamos avanzando y cada vez con más naturalidad aceptamos las diferencias. Ya no caminamos a toque de corneta de quien dice tener la verdad y poco a poco va desapareciendo el infierno. No obstante, falta mucho.

La clave está en conocernos. En saber cómo somos. Es la única forma de encontrar el tesoro de la empatía, esa capacidad de ponerse en lugar del otro para conseguir nuestra “dimensión vital”.

Ayer entendí la razón de una tristeza infantil.

De muy niña me impresionó aquella canción interpretada por Concha Piquer, que decía:

 ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! - no te mires en el río –
 ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! -que me haces padecer,
 - porque tengo, niña, celos de él. ...
Una noche de verano - cuando la luna asomaba,
vino a buscarla su novio - y no estaba en la ventana.
 - Que la vio muerta en el río - y que el agua la llevaba –
¡Ay corazón, -parecía una rosa! - ¡Ay corazón, - una rosa muy blanca!
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! - cómo se la lleva el río
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! - lástima de mi querer...
Con razón tenía celos de él.


No sabía bien la causa, pero adivinaba una tragedia.
La Ofelia de Hamlet tomó el relevo en mi imaginación.

Un amigo enamorado de Portugal me dejó leer un poema de Fernando Pessoa, un autor al que no conocía. Por tercera vez, la Lidia a la que se dirigía el poeta lideró aquel grupo de mujeres invisibles.

Le hice la segunda voz.
 

Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río
Fernando Pessoa/Ricardo Reiss (uno de sus heterónimos)

Pessoa
 
Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río. Contemplemos con sosiego su curso y aprendamos que la vida pasa, y no tenemos las manos enlazadas.
(Enlacemos las manos) 

Lidia/María
Me he sentado contigo a la orilla del río. Sosegadamente mirabas su curso. Querías enseñarme que la vida pasa y no tenías mi mano entre las tuyas. El cauce el río fue mi lecho. Pasé desapercibida ante tus ojos. ¿A quién hablabas?

Pessoa
Pensemos después, niños adultos, que la vida pasa y no queda nada, nada deja y nunca regresa. Va hacia un mar muy lejano, hacia el Hado. Más allá de los dioses.


Lidia/María
Sentada a tu lado, quieta, querías enseñarme que la vida pasa y no queda nada, nada deja y nunca regresa. ¿De qué lugar más allá de los dioses hablabas? ¿Y a quién? pues el cauce del río era mi lecho y pase desapercibida ante tus ojos.

Pessoa
Desenlacemos las manos, porque no vale la pena que nos cansemos. Ya gocemos, ya no gocemos, pasamos como el río. Más vale saber pasar silenciosamente. Y sin grandes desasosiegos.


Lidia/María
Desenlazaste tu mano de la mía porque no valía la pena cansarse. Querías enseñarme a pasar silenciosamente, sin grandes desasosiegos. Tu mano me señaló el cauce del río, y yo, sumisa, me acosté en él. Mirabas abatido el curso del río, pero yo, pasé desapercibida ante tus ojos.

Pessoa
Sin amores, ni odios, ni pasiones que levantan la voz, ni envidias que dan movimiento excesivo a los ojos, ni cuidados, porque si los tuviese el río siempre correría. Y siempre iría a dar al mar.


Lidia/María
Sin amores, ni odios, ni pasiones que levanten la voz. Así me querías a tu lado. Pero una sombra ocupó mi lugar y el río me llamó a que yaciera en su lecho.

Pessoa
Amémonos tranquilamente, pensando que podíamos, si quisiésemos, cambiar besos y abrazos y caricias. Pero más vale estar sentados uno junto al otro. Oyendo correr el río y viéndolo.


Lidia/María
Pensabas en lo que podíamos hacer y no querías. Querías estar sentado junto a mí, pero me señalabas cuál era mi lugar en el lecho del río. Sumisa en él duermo.

Pessoa
Cojamos flores, pon en ellas tus manos y déjalas en el regazo, y que su perfume suavice el momento, este momento en que sosegadamente no creemos en nada, paganos inocentes de la decadencia.


Lidia/María
Desde el lecho del río te oí hablar de flores, de perfume, de la muerte sosegada, pero ¿con quién hablabas, si yo yacía en el lecho de tu río?

Pessoa
Al menos, si yo fuera una sombra antes que tú, te acordaras de mí sin que mi recuerdo te arda, hiera o te conmueva, porque nunca enlazamos las manos, ni nos besamos. No fuimos más que niños.


Lidia/María
¡Pobre amado mío! Demasiado infantil para ser niño.

Pessoa
Y si antes que yo llevaras tú el óbolo al barquero sombrío, yo nada tendré que sufrir al recordarme de ti. Me serás suave a la memoria recordándote así a la orilla del río, pagana triste y con flores en el regazo.


Lidia/María
El curso del río viaja hacia mi destino y allí volveré a despertar en mi presente.


Ayer, tomé conciencia plena del por qué me invadía esa triste sensación de niña.

Hay tribus primitivas que se asustaron la primera vez que se vieron reflejados en un cristal. No se reconocían y pensaban que era el enemigo.

Necesitamos espejos para vernos. No conoceríamos nuestro rostro sin ellos. Esa distancia que recorre nuestra imagen es fundamental.

Necesitamos el espejo de los demás para vernos, pero solamente aquél que respete nuestra imagen.

La tragedia tiene una doble cara. El río se lleva nuestra imagen y no tenemos el tiempo suficiente para ver toda nuestra complejidad. O no se la lleva porque ha dejado de ser un río para convertirse en lago.

¿Decìas?.....