jueves, 3 de febrero de 2022

UN DÍA DEL 2001



Seis de diciembre y fiesta. El desayuno es obligado pero me olvidé que lo tenía comprometido con mi vecina. Fue demasiado tarde cuando llegó el recuerdo. Las disculpas casi no hacen falta, pues ella es todo comprensión, pero a pesar de eso las dí.
Estoy ahora en Easo. Llamo a mi hermana y viene. Tú también estás. Te cuento.
Recibo por correo las impresiones que leer mi libro le sugiere a Antonio. Casi no le conozco. Con su compañera vienen a clase y bailan tango desde hace poco. No llega a una semana que me dejó uno de sus trabajos de investigación sobre el tango que por falta de tiempo no he leído completo.
Todavía me dura la emoción de encontrarme con un paisaje amigo. ¡Qué carta! ¡Qué bien le tomó el pulso al ritmo y al poema!
Ser feliz, estar contenta, es una vital obligación de quien, como yo, es testigo de incontables bondades. Sería injusto ponerle fecha de caducidad a su emoción, ¡cómo no va a durar siempre este bondadoso presente!

Y de siempre la grafología, el gesto. Hace tiempo que quería saber un poco más de ella y encontré el momento. Un sábado intensivo (cinco horas) al mes. Dos alumnas y alguien más que empezará con retraso por otras ocupaciones. Casi una clase particular. Te iré contando.
Ahora me tendrás que contar tú.

Descríbeme un desierto. Una vez que estén todos los elemento que llaman tu atención coloca un cubo (geométrico) y dime el material, color, tamaño, lugar en el paisaje... Ahora una escalera ¿forma? ¿material? ¿tamaño? (colocación en relación al cubo). Un caballo aparece en el paisaje. Háblame de él. Una tormenta ¿Cómo sería? Finalmente flores, dime de ellas.

Es lo que estoy escribiendo ahora. Treinta amigos se han sometido a esa prueba que es, en realidad, una excusa para interpretarme yo, y tú no puedes faltar.

Espero, con un abrazo.