viernes, 22 de noviembre de 2024

Exposición 2005-Conferencia


Conferencia de Antonio García Olivares

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Definiciones de la relación amorosa

Podemos diferenciar entre las definiciones que el tango hace sobre el amor como sentimiento individual o psicológico, recogidos en la sección anterior, y las definiciones que el tango da sobre el amor como relación interindividual.

La relación amorosa es descrita en los tangos utilizando los grupos de metáforas que se recogen en los apartados siguientes.

Cooperación en la lucha con la vida.

Como dice La Última, de Camilloni y Blanco, “Ya no quiero pasionismo, ni amorío, ni aventura… yo te quiero compañera para ayudarme a luchar”. El amor se concibe aquí como un compañerismo para luchar contra la vida. O como en Carne y Uña, de Cadícamo y Cobián, donde se presenta el amor como un apoyo mutuo entre dos fracasados. En otro lugar analizamos la cruda y dura descripción que el tango hace de la vida (García-Olivares, 2004).

En otros tangos, como en el vals Absurdo, de Homero y Expósito, la lucha se entabla entre la fuerza del amor y otras fuerzas como las convenciones sociales.

Unión de dos caminos o navegación conjunta.

Como analizábamos en García-Olivares (2004), la metáfora del caminar es utilizada ampliamente en el tango para definir la vida. Coherente con ella, el amor o la amada son definidos en algunos tangos como guías en el sendero de la vida (véase el vals Yo no sé que me han hecho tus ojos, de Canaro). En otros, como en Nada digas, de Delor y Douglas, el amor es definido como dos “senderos que se juntan”. Consistente con ello, la separación es definida en tangos como Los mareados, de Cobián, como “tomar una nueva senda”, que a veces, como en La próxima puerta, de Rizzi y Consentido, es consecuencia de un “tropezón” en dicho camino. En otros casos, el nuevo camino es iniciado por el “cierre de una puerta”.

Consistente con ello, amar sin ser amado es como andar cantando sin que nadie vea tus huellas y sin que nadie “entienda tu canción” (Llueve, de León y Solano).

Cercana a la anterior, aparece la metáfora del enamorarse como “anclar en un puerto” (Naufragio, de Sedini y Aguirre), donde el puerto es la persona amada o su corazón. Esta metáfora es coherente con la metáfora ampliamente usada de la vida como navegación, muchas veces a la deriva (García-Olivares, 2004) y la metáfora de la separación como “naufragio” en alta mar en la que, a veces, los amantes quedan a la deriva de nuevo, como “despojos” de dicho naufragio (Fuimos, de Manzi y Dames).

En otros casos el enamorarse es definido como hacer un puente entre dos orillas de ese mar encrespado que es la vida, como en la chacarera El teorema, de Y. Montes.


Cooperación efímera y volátil.

La relación cooperativa descrita por las dos metáforas anteriores es presentada en muchos tangos como especialmente impermanente e insegura. En muchos casos, porque una de las dos partes abandona la cooperación, en lo que se describe como una “traición”. Este calificativo parece justificarse en algunos tangos, como Afiches, de Expósito y Stampone, porque se abandona al compañero de lucha en mitad de la batalla, podríamos decir: “Se me gastaron las sonrisas de luchar, luchando para ti, sangrando para ti… y te perdí”.

En algunos casos, como en Alma, de Sarcioni y Scorticati, la relación amorosa es descrita como un sueño frágil del cual se puede despertar abruptamente y, en otros casos, se describe como “castillos de arena” o “flores de un día”.

En otros casos, se describe la relación amorosa como una escena de una representación teatral que continúa, o como el acto de un carnaval que recomienza año tras año.

Frente a la volatilidad del amor, algunos tangos, como El caballo del pueblo, de Romero y Soifer, ensalzan la predecibilidad de otras compañías, incluso no humanas.


Paraíso artificial baudeleriano.

En otro lugar (García-Olivares, 2004) citamos la embriaguez amorosa como una de las formas principales de embriaguez que el tango recomienda para afrontar la dureza, fealdad y arbitrariedad de la vida. El tango El día que me quieras, de Gardel y Le Pera, describe de forma incomparable sus síntomas: “Ríe la vida… tu risa leve que es como un cantar… ella aquieta mi vida, ¡todo, todo se olvida! El día que me quieras la rosa… se vestirá de fiesta… locas las fontanas, me cantarán tu amor… no habrá más que armonías, será clara la aurora y alegre el manantial. Traerá quiete la brisa rumor de melodías y nos darán las fuentes su canto de cristal… endulzará sus cuerdas el pájaro cantor, florecerá la vida, no existirá el dolor… Eres mi consuelo”.

Tradicionalmente, la mujer ha estado especialmente sensibilizada a las grandes posibilidades que tiene la embriaguez amorosa como fuente de “burbujas” artificiales donde poder montar paraísos locales semi-protegidos de la dureza del mundo.

Esta sensibilidad quizás deriva de su mayor conciencia ante la necesidad de contar con entornos protegidos en caso de maternidad, una circunstancia que, de producirse, ella no puede esquivar ni obviar, al contrario que el hombre.

Toda la literatura del amor romántico y la “novela rosa” escrita, radiada o televisada, ha tenido siempre entre las mujeres sus consumidores mayoritarios. El drama del mundo implacable que rompe una burbuja casi formada o impide su formación, a pesar del deseo de los dos constituyentes, es una fuente tradicional de argumentos para esa clase de literatura en su faceta más dramática.

La propia palabra lunfarda para hogar y aposento es Nido, y un nido es en español un lugar semiprotegido que un animal elige para procrear, siempre en un lugar escondido, siendo de hecho una de sus acepciones la de “escondrijo” (María Moliner, Diccionario de uso del Español).

Muchos tangos describen la relación amorosa como tal lugar protegido y artificial, construido entre dos y que hay que tratar con cuidado pues es muy frágil. Uno de estos tangos es Tu íntimo secreto, de Marcó y Gómez: “La dicha es un castillo con un puente de cristal, camina suavemente si la quieres alcanzar”. Una vez en él: “desecha tus temores y entrégate al amor”, pero cuidado: “Tu íntimo secreto a nadie le confíes, que el mundo siempre ríe y es muy calumniador”. Y el puente de cristal es de una extrema fragilidad: “de mil que lo cruzamos, dos o tres suelen llegar”.

Muchos otros tangos describen al amor como un estimulante o bálsamo para soportar la vida, por ejemplo, Por la cuesta arriba, de Bahar y liborio Galván.

El amor como mundo virtual en sustitución del mundo real aparece también con frecuencia: “Ven a mi lado y olvida todo … Qué te importa a ti este mundo cruel … Por este amor pon cerrojos a mi puerta … todo a mi lado encontrarás … En este amor, la vida entera lograrás … Todo ha pasado, cierra tus ojos, descansa un rato entre mis brazos, ya sabes por qué estamos aquí lejos, lejos de este mundo cruel” (Por este amor, de Stazo y Silva).

De este modo, como dice Principe, de Garcia Jiménez, Aieta y Tuegols, se puede ser príncipe sin tener un palacio: “Principe fui, tuve un hogar y un amor, … la dulce paz del querer, y pudo más que la maldad y el dolor, la voluntad de un corazón de mujer”.

Sin embargo, la “burbuja” o “palacio” de cristal es frágil y hay que cuidar de no romperlo por tonterías. Algunos tangos recomiendan no dejarse llevar por los rumores y habladurías, sino por lo que uno detecta en su propia relación (Primero campaneala, de Aieta y Dizeo). Otros tangos presentan la relación amorosa en un ambiente como de fragilidad implícita al recomendar un ambiente de penumbra y “media voz”, como para no “romper el encantamiento” (véase por ejemplo En voz baja, de Lenzi y Donato, y A media luz, de Lenzi). En otros casos, como en Amarraditos, de Duran y Pérez, se busca la estabilidad en un mundo de a dos basado en las tradiciones: “Amarraditos los dos, espumas y terciopelo… dicen que no se estila ya más … pero no hay nada mejor, que ser un señor, de aquellos que vieron mis abuelos”.

La esencial naturaleza de “sombra”, “espejismo” o “quimera” de los mundos artificiales se pone de manifiesto en algunos tangos, como Quimera, de Barbosa, González y Vippiano, o en Sombras nada más, de Contursi y Lomuto: “sombras nada más, entre tu vida y mi vida, … entre tu amor y mi amor. Qué breve fue tu presencia en mi hastío…”. En casos extremos, como en Alguien se muere de amor, de Adriana Varela, la mentira esencial de ese mundo de a dos es reconocida explícitamente por los amantes, pero todo sea en aras de evitar la soledad y el hastío: “Ya no están solos como antes, y se mienten los dos, por temor al hastío”. En otros casos, como en Arañando la puerta, de Abonizio, Gonzalez y Vitale, el mundo de a dos que es la relación se concibe como un espectáculo en que se busca que el partenaire actúe por lo menos creíblemente: “a mi escenario también lo aburrió, tu fama de mal actor”.

Finalmente, en el mundo artificial creado por los dos amantes, el tiempo que dura el amor no es el tiempo de los relojes oficiales sino un tiempo propio (véase por ejemplo Almita herida, de Cadícamo y Cobián).Definiciones del amor en el tango.

Además de las metáforas citadas en la introducción, hemos recogido otras definiciones que el tango da del amor agrupándolas bajo los encabezamientos de los siguientes apartados.

Domesticación de una fuerza o impulso salvaje.

En los tangos, el amor aparece a veces como una fuerza o impulso irracional y otras como algo que amansa y domestica ese impulso interior, como en el Joropo Venezolano La potranca zaina, que compara a la mujer con una potra salvaje que cae en el lazo del amor y es domesticada cuando se enamora. En muchos tangos, se enfatiza la pérdida de libertad que conlleva este proceso.

En muchos tangos, otro efecto del amor es sustituir las componentes más agresivas y dominantes de la personalidad del vividor masculino por una actitud más receptiva. Si identificamos la parte “masculina” que hay en todo ser como sus actitudes dominantes y activas y la parte “femenina” con sus actitudes receptivas, podríamos decir que el amor “feminiza” al varón dominante según muchos tangos.


Embrujo, hechizo o encantamiento con brebaje.

Otros tangos definen el amor como un embrujo, como en: Embrujado, de Maldonado y Marín o en En tus ojos de cielo, de Maderna y Rubinstein, encantamiento que a veces se provoca mediante algo como un brebaje: “¡Decí, por Dios, qué me has dao, que estoy tan cambiao!... ¡No sé más quien soy!” (Malevaje, de Discépolo y Filiberto). El embrujo a veces “aprisiona la vida”, “hace perder el rumbo del camino” o la libertad.

En algún caso, en lugar de un brebaje embriagador, se trata de un veneno: “Mozo! Sírveme en la copa rota, quiero sangrar gota a gota, el veneno de su amor” (Copa rota, de Calamaro). Alla en el bajo, de Aguilar, Massa, Magaldi y Noda, sugiere un lugar donde la mujer guarda ese veneno: “en las pupilas, guarda el veneno de la pasión”.

Luz, sol y fuego.

Otros tangos definen el amor como una “luz”, un “sol” o un “fuego” que alumbran la vida de uno, eliminando de ella el “frío”, la “oscuridad”, la “noche larga” o el “dolor” producido por el vivir. Consistente con esta metáfora, la amada se concibe en algunos tangos como un “sol” que guía la vida del amante, como en Mi diosa, de Grandis y De Caro, donde el amante es comparado con un “girasol”.

El gran riesgo es que, como dice Farolito de papel, de Garcia Jiménez y Lespes, esa luminaria se puede apagar, o quemarle a uno por exceso de brillo o bien puede traer “mucho humo y poca luz”. O bien, como en Bajo el cono de luz, de Volpes y De Angelis, esa luz puede crear espejismos mortales: “Mariposa que al querer llegar al sol, sólo encontró, la luz azul de un reflector”. O como en Embrujado, de Maldonado y Marín, donde la “hoguera del amor” atrae al amante a “inmolarse” en ella.

En algunos tangos es la “pasión” amorosa la que es identificada con el fuego que quema al amante y la “luz que lo ilumina” surge de los ojos de la amada, una luz cuya pérdida provoca en él efectos parecidos a los de la falta de una droga.

El tango En las sombras, de Meaños y Mauricio Mora, muestra cómo entender filosóficamente el amor para evitar decepciones: Como “un rayo de sol” que, como “el sol de la mañana” te alumbra y “como viene se va”.

Acuarelas: Blanca García
Fotografía acuarelas: Ignacio Aguas





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