jueves, 21 de marzo de 2024

MONÓLOGO DE TATO BORES




La culpa de todo la tiene el ministro de Economía dijo uno.

¡No señor! dijo el ministro de Economía mientras buscaba un mango debajo del zócalo. La culpa de todo la tienen los evasores.

¡Mentiras! dijeron los evasores mientras cobraban el 50 por ciento en negro y el otro 50 por ciento también en negro. La culpa de todo la tienen los que nos quieren matar con tanto impuesto.

¡Falso! dijeron los de la DGI mientras preparaban un nuevo impuesto al estornudo. La culpa de todo la tiene la patria contratista; ellos se llevaron toda la guita.

¡Pero, por favor...! dijo un empresario de la patria contratista mientras cobraba peaje a la entrada de las escuelas públicas. La culpa de todo la tienen los de la patria financiera.

¡Calumnias! dijo un banquero mientras depositaba a su madre a siete días. La culpa de todo la tienen los corruptos que no tienen moral.

¡Se equivoca! dijo un corrupto mientras vendía a cien dólares un libro que se llamaba "Haga su propio curro" pero que, en realidad, sólo contenía páginas en blanco. La culpa de todo la tiene la burocracia que hace aumentar el gasto público.

¡No es cierto! dijo un empleado público mientas con una mano se rascaba el pupo y con la otra el trasero. La culpa de todo la tienen los políticos que prometen una cosa para nosotros y hacen otra para ellos.

¡Eso es pura maldad! dijo un diputado mientras preguntaba dónde quedaba el edificio del Congreso. La culpa de todo la tienen los dueños de la tierra que no nos dejaron nada.

¡Patrañas! dijo un terrateniente mientras contaba hectáreas, vacas, ovejas, peones y recordaba antiguos viajes a Francia y añoraba el placer de tirar manteca al techo. La culpa de todo la tienen los comunistas.

¡Perversos! dijeron los del politburó local mientras bajaban línea para elaborar el duelo. La culpa de todo la tiene la guerrilla trotskista.

¡Verso! dijo un guerrillero mientras armaba un coche-bomba para salvar a la humanidad. La culpa de todo la tienen los fascistas.

¡Malvados! dijo un fascista mientras quemaba una parva de libros juntamente con el librero. La culpa de todo la tienen los judíos.

¡Racistas! dijo un sionista mientras miraba torcido a un coreano del Once. La culpa de todo la tienen los curas que siempre se meten en lo que no les importa.

¡Blasfemia! dijo un obispo mientras fabricaba ojos de agujas como para que pasaran diez camellos al trote. La culpa de todo la tienen los científicos que creen en el Big Bang y no en Dios.

¡Error! dijo un científico mientras diseñaba una bomba capaz de matar más gente en menos tiempo con menos ruido y mucho más barata. La culpa de todo la tienen los padres que no educan a sus hijos.

¡Infamia! dijo un padre mientras trataba de recordar cuántos hijos tenía exactamente. La culpa de todo la tienen los ladrones que no nos dejan vivir.

¡Me ofenden! dijo un ladrón mientras arrebataba una cadenita a una jubilada y, de paso, la tiraba debajo del tren. La culpa de todo la tienen los policías que tienen el gatillo fácil y la pizza abundante.

¡Minga! dijo un policía mientras primero tiraba y después preguntaba. La culpa de todo la tiene la Justicia que permite que los delincuentes entren por una puerta y salgan por la otra.

¡Desacato! dijo un juez mientras cosía pacientemente un expediente de más de quinientas fojas que luego, a la noche, volvería a descoser.
La culpa de todo la tienen los militares que siempre se creyeron los dueños de la verdad y los salvadores de la patria.

¡Negativo! dijo un coronel mientras ordenaba a su asistente que fuera preparando buen tiempo para el fin de semana. La culpa de todo la tienen los jóvenes de pelo largo.

¡Ustedes están del coco! dijo un joven mientras pedía explicaciones de por qué para ingresar a la facultad había que saber leer y escribir. La culpa de todo la tienen los ancianos por dejarnos el paísque nos dejaron.

¡Embusteros! dijo un señor mayor mientras pregonaba que para volver a las viejas buenas épocas nada mejor que una buena guerra mundial.
La culpa de todo la tienen los periodistas porque junto con la noticia aprovechan para contrabandear ideas y negocios propios.

¡Censura! dijo un periodista mientras, con los dedos cruzados, rezaba por la violación y el asesinato nuestro de cada día. La culpa de todo la tiene el imperialismo.

Thats not true! (¡Eso no es cierto!) dijo un imperialista mientras cargaba en su barco un trozo de territorio con su subsuelo, su espacio aéreo y su gente incluida. The ones to blame are the sepoy, that allowed us to take even the cat (la culpa la tienen los cipayos que nos permitieron llevarnos hasta el gato).

¡Infundios! dijo un cipayo mientras marcaba en un plano las provincias más rentables. La culpa de todo la tiene Magoya.

¡Ridículo! dijo Magoya acostumbrado a estas situaciones. La culpa de todo la tiene Montoto.

¡Cobardes! dijo Montoto que de esto también sabía un montón. La culpa de todo la tiene la gente como vos por escribir boludeces.

¡Paren la mano! dije yo mientras me protegía detrás de un buzón.
Yo sé quién tiene la culpa de todo. La culpa de todo la tiene El Otro.
¡EL Otro siempre tiene la culpa!

¡Eso, eso! exclamaron todos a coro. El señor tiene razón: la culpa de todo la tiene El Otro.

Dicho lo cual, después de gritar un rato, romper algunas vidrieras y/o pagar alguna solicitada, y/o concurrir a algún programa de opinión en televisión (de acuerdo con cada estilo), nos marchamos a nuestras casas por ser ya la hora de cenar y porque el culpable ya había sido descubierto. Mientras nos íbamos no podíamos dejar de pensar: ¡Qué flor de guacho que resultó ser El Otro...!






B I O G R A F I A

Nacido como Mauricio Borensztein el 27 de abril de 1927, se convirtió en el hombre más conocido de la televisión argentina vestido de frac, usando una peluca, lentes de marco negro y sosteniendo un habano entre sus dedos. El personaje Tato Bores fue el que durante cuatro décadas se puso frente a las cámaras para que sus inteligentes comentarios sobre la actualidad llegaran a los televidentes. Antes había formado parte de programas radiales, había hecho cine, teatro y también participado del varieté con Carlos Perciavalle.
Los primeros pasos en el humor político los dio luego de la caída de Juan Domingo Perón. Un día Alfredo Barbieri le pidió que viajara a Montevideo, donde conducía un programa de televisión, y así realizó con éxito su debut en los monólogos.
Hasta que en 1992 dejó de realizar Tato de América y se alejó de la televisión, supo acompañar los cambios políticos del país desde su mirada irónica y sus comentarios sagaces.
A poco de terminar su ciclo televisivo, en junio de 1992, Bores no hizo el programa uno de los domingos por la enfermedad de su esposa Berta. Bracelli compartió una última entrevista con él, en la que Tato iba en contra de la máxima del espectáculo de que el show debe continuar y se arrepentía de haber dejado pasar muchos momentos familiares por su carrera. “Mirá, voy a confesarte algo: yo en mi vida de actor hice grandes macanazos. No flores de revoluciones sino flores de cagadas. No estoy nada orgulloso de eso ¡y no me da la gana volver a repetirlo! Esto de que el espectáculo debe continuar, ¿quién corno lo inventó? Seguro que lo inventaron los patrones del espectáculo. Invento macabro, sin duda”.
Unas semanas antes, la jueza María Romilda Servini de Cubría había logrado que prohibieran a Tato, quien la había nombrado en el sketch del programa en el que interpretaba al investigador Helmut Strass. Ante el acto de censura previa, los personajes más reconocidos del momento se reunieron para entonar el inolvidable “La jueza Barú Barú Budía es lo más grande que hay”. Un Mario Pergolini de pelo largo, Julián Weich, Nicolás Repetto, Luis Alberto Spinetta, Darío Grandinetti, Mariano Grondona y Magdalena Ruiz Guiñazú, entre otros disímiles participantes, repitieron la estrofa rodeando a Tato, conformando una imagen que se oponía a la censura y mostraba el apoyo incondicional hacia el hombre de frac y peluca.
Tato Bores significó mucho para la pantalla chica de Argentina, a tal punto que se adueñó por completo de las noches de los domingos. Siempre destilando su punzante astucia despojada de cualquier tipo de soberbia, supo ganarse su lugar entre los televidentes. El hombre que en cada programa fingía hablar con el presidente de turno, fuera quien fuese, acompañado de grandes libretistas siempre logró utilizar al máximo todo su potencial humorístico para transformar -en reiteradas oportunidades- la realidad muchas veces trágica. Autor de la Historia no escrita de la Argentina, queda flotando la pregunta a la que nadie puede dar respuesta; qué habría dicho Tato este domingo, qué sabroso diálogo telefónico habría tenido con el Presidente, quién habría sido el invitado para el mudo brindis o para la tallarinada. Amplios pasajes de sus célebres monólogos están aún vigentes y todavía parece resonar en el vacío de la T.V. una y otra vez su voz despidiéndose:
"Por eso, mis queridos orejones del tarro, no se descuiden, no le den la espalda a nadie, ni se agachen si ven una moneda en el suelo, porque estamos viviendo en una época en donde los rengos le ganan a los avestruces. Así que a seguir laburando, atenta la neurona, vermouth con papas fritas y ¡good shoW!





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