martes, 16 de febrero de 2016

DEPORTE SIN INSULTOS

(Euda)
El pasado viernes (11 de febrero), en un partido de prebenjamines de la liga provincial de Málaga, viví una de las experiencias más bonitas de mi carrera como árbitro de fútbol.

Se enfrentaban el Juventud de Torremolinos y el C.D. Puerto Malagueño. A falta de cinco minutos para el final, el equipo local vencía por uno a cero. Con el balón claramente controlado por este en el borde de su área penal, me percaté de que uno de los jovencísimos jugadores visitantes se hallaba en el suelo y detuve el juego, que, lógicamente, debía ser reanudado con un balón a tierra (bote neutral).

Ante esta situación, el entrenador visitante indicó a sus jugadores que lanzasen la pelota fuera por la línea de meta para que sacase el Torremolinos. Sin embargo, un jugador del Puerto, obviamente sin maldad, lanzó a portería y marcó el gol del empate. Todos los adultos cruzábamos miradas de incredulidad, pero el gol, claro está, era legal.

Rápidamente, el entrenador del Puerto ordenó a sus jugadores que se dejasen marcar un gol. Los niños no lo entendían muy bien, pero lo acataron. Bueno, todos menos el portero, que evitó el tanto. En la siguiente interrupción, el entrenador visitante solicitó acceder al terreno de juego para hablar con sus jugadores y explicarles lo que estaba ocurriendo. Lo mismo quería hacer el local. Yo, dadas las especiales circunstancias generadas, se lo permití a ambos. Tras ello, esta vez sí, el Torremolinos marcó el que sería, a la postre, el último gol del partido, que, por tanto, finalizaba con victoria local por dos a uno.

Tras acabar el choque, me abracé con ambos entrenadores (el comportamiento del local también había sido ejemplar, manteniendo la calma y las formas en todo momento). Me sentí feliz por lo que había vivido y les di las gracias.

Fue una emotiva experiencia para todos, especialmente para los niños que jugaban y los que veían el partido en las gradas. Si todavía en aquel momento no entendían bien los detalles de lo sucedido, sus entrenadores ahondarían todo lo necesario después en el asunto. Lo que no admite duda es que será positivo en su crecimiento como deportistas y como personas.

Quizá ellos no lo sepan, pero tocaron el cielo en aquel partido. Y al cielo nos condujeron a todos los que allí estábamos. Lástima que, como contrapunto, tengan que escuchar a sus ídolos (tras, por ejemplo, ganar un partido anotando voluntariamente un gol con la mano o marcando un penalti fruto del fingimiento y el engaño al árbitro) decir que lo fundamental son los tres puntos, sin importar la forma de lograrlos. Se equivocan los jugadores profesionales que afirman eso, pues el fin no justifica los medios, sino que, como decía Gandhi, los medios son el fin.

Lo más importante no es vencer al rival, sino superarse a uno mismo. La verdadera victoria es tocar el cielo de los valores que dan sentido a la vida. Visto así (y, a mi juicio, es la única forma de verlo), el pasado viernes por la tarde vencieron ambos equipos de prebenjamines. Es más, vencimos todos. Porque todos tocamos el cielo de los valores, que es de lo que se trata en el deporte y en la vida.


Ángel Andrés Jiménez Bonillo, árbitro de fútbol y Presidente de la Asociación Deporte Sin Insultos.
13 de febrero de 2011.

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