(Fotografía Manuel Muñoz Farriols)
Los zapatos, como las convicciones, tienen que ser fuertes y por ello, flexibles.
Los unos para recorrer cómodamente el “piso” y las otras para compartir el mundo con todos los seres humanos.
Hemos vivido épocas en las que había que ajustar el pié al zapato y de ello se derivaban malformaciones espantosas como aquellos muñones de las chinas o los pensamientos uniformados que a golpe de consigna daban una falsa idea de unidad.
Los pies tienen que sentirse acogidos y nuestras ideas ser tan nuestras que no necesiten invadir otros espacios para desarrollarlas.
Kant decía: “Actúa de manera que lo que tú haces pueda convertirse en ley universal".
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¿Y por qué no ir descalzo?
ResponderEliminarMariuca, Kant tiene razón... pero lo que propones muchas veces no puede convertirse en ley universal. Puede herir a otros, aunque no sean humanos. Mira tu plato, ¿contiene algo que un día tuvo ojos, madre, hijos...? Por ejemplo. Una simple observación.
Lo que espero de mí es que mis hechos sean consecuentes con mis ideas y si no lo son que sea yo quien pague el desfase.
ResponderEliminarEs un buen deseo. Luego la inmadurez juega malas pasadas.