EL JARDIN
(Foto: Manuel Muñoz Farriols)
Era un jardín inmenso. El césped esponjoso
y suave cubría la tierra… en él las flores de todas las clases y colores
crecían y se multiplicaban; sentían y luchaban por la vida. El astro sol las
miraba, sonreía y desparramaba su luz y su calor sobre ellas.
El vergel era todo vida… pero ahí, a un
lado, entre otras flores, desapercibida, invadida y aturdida por la actividad
que le rodeaba, crecía una flor ¿Cuál? No importa, una flor simplemente.
Una noche, como un milagro, surgió a su
lado otra flor que quiso ser su amiga y la invitó a crecer juntas.
Crecían, los días pasaban y fortaleciéndose
se enfrentaban a la fuerte lluvia y viento que a veces parecía querer
arrancarlas de la tierra. Cuando he aquí que una noche en la que todo era calma
y el aroma del vergel embriagaba, sus pétalos se rozaron, temblaron
amorosamente y la savia en el interior de sus tallos comenzó a palpitar a un
nuevo ritmo. Sintieron que se amaban y se amaron intensamente. Se olvidaron del
jardín y viajaron juntas a espacios infinitos en brazos de ese amor que les
envolvía, surgiendo de lo más profundo de su ser. Nada importaba, sólo ellas
existían, sus tallos se unieron y sus corolas entremezclaron sus pétalos en la
culminación de su amor, su entrega mutua, desinteresada.
Todo era hermoso, resplandecían e
irradiaban luz y calor.
El jardín dormía, las estrellas pestañeaban
tímidas ante tal maravilla.
La niebla comenzó a cubrir el jardín
dándoles más intimidad.
ResponderEliminarGracias María, la próxima vez lo haré mejor.
Un besico
ResponderEliminarLas buenas sinfonías consiguen eso, ascender en la emoción.
Un fuerte abrazo, amiga.