miércoles, 10 de julio de 2024

Leyendo a Jorge Wagensberg en el 2013

Breve historia universal de la materia




Jorge Wagensberg


Una partícula fundamental, como un electrón, no tiene partes constituyentes que puedan deambular libres por el espacio. Raramente sobrepasan el yoctogramo, es decir, la cuatrimillonésima parte de un gramo. Sea el suyo entonces el nivel uno de la materia. Él, el electrón, sí puede ser libre. O no.

Porque es bien posible que se asocie con otras partículas para formar otra individualidad, un átomo, como el de hidrógeno, que no supera los mil yoctogramos y representa el nivel dos de la materia, el cual puede, a su vez, divagar libre por el cosmos. O no.

Porque un átomo bien puede combinarse con otros para crear otra entidad, la molécula, el nivel tres de la materia. Una molécula puede ser muy ligera, como la del agua, o alcanzar el picogramo, la billonésima de gramo, como DNA. Ambas pueden circular más o menos libres y mansas por el océano. O no.

Porque pueden verse involucradas en un complejo con otras moléculas y dar lugar a otra individualidad, la célula. Suele llegar al microgramo e ilustra el celebrado nivel cuatro de la materia. Puede nadar a su aire en busca de luz o alimento. O no.

Porque puede negociar con otras como ella y constituir una entidad del nivel cinco, el organismo, que puede vagar por ahí, tirando de una masa entre el microgramo y decenas de toneladas, como un gusano o un cetáceo. O no.

Porque también puede reunirse con otros organismos de su mismo nivel para dar lugar a otra individualidad, la sociedad familiar de una sola madre, el nivel seis de la materia. Así es como las hormigas dan sentido a la colonia. Puede que todo quede ahí. O no.

Porque algunas familias pueden agruparse en una sociedad multifamiliar, como una manada de ñus. Estas entidades son ya propias del nivel siete de la materia y raramente se organizan para crear algo que merezca ser registrado como del nivel ocho. Es muy raro, pero ocurre. Es la sociedad de sociedades multifamiliares con soberanía sobre sí misma, como la polis griega, como un estado, una individualidad que pede llegar al millón de toneladas... Y ya no hay más. Ni más de ocho ni menos de uno.
Desde hace más de 10.000 millones de años hasta hace 3800 millones solo existieron los tres primeros niveles.

Es la materia inerte. Una ínfima parte de ésta se inició entonces en el empeño de intercambiar materia, energía e información con un resultado notable: mantener un grado mínimo de independencia respecto del entorno.

Es la materia viva, limitada, durante los 3000 millones de años siguientes, al nivel cuatro. Hace quizá mil millones de años que aparecieron las primeras individualidades del nivel cinco, pero el incremento del grado de independencia necesario para el próximo gran salto no se consigue hasta hace unos 100 millones de año, cuando ciertos individuos-cinco logran algo sobresaliente: tomar decisiones, buscar un plan B cuando el previsto plan A fracasa.

Es la materia inteligente. Y no es hasta bien avanzado el nivel siete y el amanecer del ocho cuando, hace menos de cien mil años, una minúscula parte de la materia inteligente accede al conocimiento.

Es la materia civilizada, una materia capaz de volverse hacia su historia para preguntar por la materia inerte, por la materia viva, por la materia inteligente, por sí misma y por su sentido en el devenir del universo.
Y ahora un Gedanken Experiment. Rebobinemos mentalmente la edad del tiempo y dejemos que la historia universal de la materia se desenrosque de nuevo. Puede que, como machaca Stephen Jay Gould, el progreso sea un concepto irrelevante. O no.



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