El amor en la psicología
Si buscamos la palabra “amor” en un diccionario, encontraremos, típicamente, tres significados para el concepto: (i) Intenso deseo sexual por otra persona; (ii) Emoción positiva intensa de cuidado y afecto; (iii) Fuerte atracción o entusiasmo por algo.
En los tres casos, se trata de un sentimiento de atracción o aprecio que, siguiendo al psiquiatra Claudio Naranjo, podríamos formalizar algo más psicológicamente, en las siguientes tres clases:
-Amor de hijo, o erótico, o libido.
-Amor de madre o benevolencia o ágape (caridad).
-Amor-admiración.
La primera clase de amor consistiría en un aprecio o estimación por el ser humano capaz de satisfacer los propios instintos, sexuales o de seguridad.
La segunda clase consistiría en un aprecio, estimación y/o identificación con los humanos en general tal como son o por alguna característica concreta típica de los humanos (e.g. su fragilidad, sencillez, nobleza, naturaleza pacífica, etc) y/o por los humanos concretos que poseen esa característica.
Si nos concentramos sólo en el amor interpersonal, y no en el amor a símbolos abstractos, la tercera clase consistiría en una estimación o admiración por los humanos tal como podrían llegar a ser o por una forma (humana) de existir, de ser, de estar, de existir, que se considera óptimamente deseable o valiosa y por los humanos que la representan.
Como ejemplo, el enamoramiento sería un amor-admiración despertado por alguien que a la vez despierta deseos eróticos, conscientes o inconscientes.
No encontraremos en las letras de los tangos una definición tan psicológica de los distintos tipos de amor, pero sí observamos que estas tres clases de amor son descritas con cierta frecuencia y, por tanto, son implícitamente aceptadas. En particular, el amor de hijo, el amor pasional (que tiene una componente erótica innegable), el amor de madre y el amor-admiración, aparecen con mucha frecuencia.
John Alan Lee en The colors of love (1973) identificó tres estilos o formas de amar primarias que se combinan en las relaciones amorosas reales: (i) Eros o atracción por una persona ideal, (ii) Ludus o amor como juego, (iii) Storge (amor familiar) o búsqueda de la amistad. De nuevo los tres tipos aparecen en las descripciones que ofrecen los tangos de personajes tales como el enamorado, el vividor y el marido leal, respectivamente.
Claudio Naranjo (Naranjo 2000) ha estudiado los rasgos habituales en las formas de amar de los nueve tipos de personalidades humanas de su clasificación, basada en un eneagrama de nueve clases o eneatipos. Pese a que aún está por desarrollar un trabajo de contrastación más riguroso, esta clasificación caractereológica es bastante útil como tipología, pues recoge nueve “pasiones dominantes” del carácter y sus mecanismos de defensa asociados, que cubren un espectro bastante amplio de tipos humanos reconocibles. A continuación resumiremos la forma de amar distintiva de algunos de los eneatipos que con más frecuencia aparecen en las letras de los tangos.
Eneatipo II, amor-pasión (E2): Carácter seductor por excelencia, el histriónico E2 se muestra muy amoroso. Pero ese amor es inestable, superficial y condicional pese a su aparente intensidad. El E2 se esmera en ofrecer un amor maravilloso, único y extraordinario, pero en contrapartida, es un pozo sin fondo que no se sacia nunca. Incluso habiendo encontrado un “amor verdadero”, la persona E2 es difícil, invasora, puede ser celosa, infantil, irresponsable e inconsecuente. No soporta heridas a su orgullo ni a su imagen siempre idealizada. Su amor termina fácilmente en desencanto o aburrimiento y búsqueda de nuevo objeto. Las llamadas “mujeres fatales” de la literatura y el cine, así como del tango, suelen corresponderse bien con este tipo. Confirma su auto-imagen de dador acumulando relaciones. Es un carácter muy bueno también en el rol de gran madre. Necesita “ser necesitado”, se podría decir.
Eneatipo III, amor narcisista (E3): El vanidoso y utilitarista E3 se valora si su imagen es valorada. Esto le hace tan autocontrolado que pierde la capacidad de entrega. El amor en sí puede ser desvalorizado frente al trabajo o al éxito. Además, la relación puede sufrir por el excesivo control de la pareja o de los hijos. Este amor se expresa más en actos serviciales que en comunicación de afecto. Sabe hacerse indispensable y alimenta la dependencia. Los E3 dominan el rol amoroso como dominan todos los roles. Irradian alegría y adaptabilidad, aunque también superficialidad. Ante la frustración, adopta la posición de víctima agresiva y hieren la autoestima de quien lo ha frustrado de forma precisa y afilada.
Eneatipo IV, amor-enfermedad (E4): Para el romántico masoquista E4 el amor es una pasión enfermiza, dolorosa y fortuita pero inevitable. Al igual que el E2, su amor es apasionado, pero el orgulloso E2 exalta e idealiza su pasión, mientras que el envidioso E4 (que no cree en sí mismo) más bien la sufre. Tiene un sentimiento carencial, como de envidia, que se autofrustra por su exceso. Pide más de lo que es esperable dar y molesta al otro con su acoso. Como se sabe acosador e inconscientemente agresivo, no se siente digno y anticipa su propio rechazo, que se vuelve así realidad más fácilmente. Se vuelve dependiente del que ama, pero si su amor es correspondido, ello invalida al otro: “si me quieres a mí, que soy una porquería, ¿qué clase de persona eres?,¿otro como yo?”. Para el E4 el amor nunca es lo suficientemente exaltado, lo suficientemente romántico ni lo suficientemente perfecto. El E4 es servicial, acomodaticio, sacrificado, que aguanta hasta el masoquismo la frustración y el sufrimiento. A la vez, presenta ese sufrimiento como moneda para que se le compense con amor (victimismo y chantaje emocional). Algunos desarrollan cierta arrogante vengatividad. Lo erótico puede ser vehementemente perseguido, pues es algo que le saca de lo ordinario y calma su sed de intensidad, pero tiene dificultades para entregarse al placer y al otro, llegando a veces a la inhibición orgásmica. También es aficionado al amor-dar tipo caridad: defensa de los oprimidos y necesitados, pues aunque él mismo no sabe recibir piedad, se apiada fácilmente del que no la tiene.
Eneatipo V, desapegado (E5): El reservado E5 tomó la decisión, en algún momento de su desarrollo, de arreglárselas solo, por eso es uno de los caracteres que aparentan ser menos amorosos. Es contrario al impulso de fusión con el otro porque alberga una verdadera pasión por evitar los vínculos. No sólo expresa poco su posible cariño, sino que es más indiferente y alejado. Le gusta recibir, pero no lo pide, pues ello podría molestar y conducir a una mayor frustración que la autoimpuesta. Se ha acomodado a vivir con las mínimas necesidades respecto de otros. Cree poco en el amor, al igual que el E8 y tiende a pensar que quienes se lo manifiestan lo hacen por otros motivos. Puede sentir el deseo del otro como algo que le limita.
Eneatipo VI, amor sumiso y amor paternalista (E6): El temeroso tipo VI desconfía de la entrega que implica el amor. Se teme ser engañado, sometido, humillado, controlado. Tienen problemas para establecer relaciones filiales igualitarias: unos van de huerfanitos por la vida, buscando protección, mientras que otros toman una actitud paternalista eliminadora del miedo en los otros. Hay una ambivalencia continua frente a lo exterior, de amor y odio, confianza y desconfianza. Por otra parte, funciona desde el control en aras del deber más que desde el deseo, porque implícitamente se piensa, en la línea de Freud, que el propio “ello” desatado sería algo horrible. Lo podemos identificar con el “amor desconfiado” de muchos protagonistas varones de tangos.
Eneatipo VII, amor cómodo (E7): El autoindulgente VII es seductor y cariñoso como el E2, pero necesita ante todo un amor indulgente, que no le exija ni le ponga límites y, a cambio, ofrece al otro permisividad. En lugar de un amor-pasión como el E2, el E7 busca un amor tranquilo, agradable y a salvo de problemas, como el “amor galante” de la época cortesana. Tiende a una confusión entre el amor y el placer y entre el amor y la no interferencia en el cumplimiento de los deseos o amor-comodidad. Se bate en retirada ante compromisos, obligaciones o restricciones, por lo que es un amor un poco inestable, siempre exploratorio. Agravado porque al goloso “oral-optimista” E7 lo lejano siempre le parece más atractivo que lo cercano. Busca relaciones sin roce y sabe encontrarlas, salvo que difícilmente pueden llamarse relaciones. Tiene una actitud muy amistosa, simpática e igualitaria y entra en conversación fácilmente. Su amor es muy lúdico y sabe simpáticamente hacer aceptables su juegos a los demás.
Eneatipo VIII, amor avasallador (E8): Dada la indiferencia emocional del E8, sería propio hablar de atracción lujuriosa más que de amor lujurioso en este tipo. El Don Juan original (el burlador) se correspondería con este tipo: un amor que invade, utiliza, abusa, explota, y que exige a su vez un amor que se someta y se deje explotar. En su posición cínica, y en guerra con el mundo, no cree en el amor del otro, lo pone a prueba pidiéndole lo imposible o pidiéndole el dolor como manifestación de sinceridad. Puede admirar modelos fuertes de persona. El amor de pareja del E8 es invasivo, excesivo, avasallador, violento y antisentimental. Amor-contacto, no emocional, sin compromisos y con negación de la dependencia. El amor a sí es el más fuerte y el amor al prójimo va en segundo lugar, pese a ser aparentemente antisocial: es contrario a las normas más que a las personas concretas. Sin embargo, su amor a sí no es un amor al niño de pecho interior, sino a un adolescente titánico que se ha propuesto conseguir lo que no se le dio en su momento.
Los dos tipos amorosos del extremo del eneagrama son más difícilmente reconocibles entre los protagonistas de los tangos:
-Las personas perfeccionistas, rígidas e invasoras del Eneatipo I.
-Las perezosas, maternales y acomodaticias del tipo IX.
La tesina de García Martín (García Martín 1992) subraya el ambiente del lupanar y la subcultura asociada a él como origen del ambiente que describen muchos tangos:
“El hecho es que una casa de lenocinio agrupa soledades, no las integra. La dinámica del prostíbulo acerca a sus habitantes pero mantiene las distancias entre ellos; es decir, les hace volver hacia su propio interior.” Como decía Sábato (Sábato, 1963, pag. 15): «El puro acto sexual es doblemente triste, ya que no sólo deja al hombre en su soledad inicial, sino que la agrava y ensombrece con la frustración del intento». Y también: “Hay un sentimiento latente -casi nunca racionalizado- de "círculo vicioso", en el que se ve sumido el individuo que frecuenta el prostíbulo. (…) Es sobre todo la impotencia por reformar lo indeseable lo que da lugar al llanto, la imposibilidad de romper ese "círculo vicioso". A eso corresponde siempre un clima exterior, un clima físico característico, que es la lluvia, la niebla, la garúa o el color gris de lo que rodea al protagonista.”
En mi opinión, aunque esto explica el ambiente descrito en algunas letras, éstas describen, más generalmente, el propio ambiente social de la Buenos Aires de las primeras décadas del siglo XX. Una sociedad de recursos muy limitados, limitado acceso a la propiedad de la tierra y al ascenso social, constituida principalmente por inmigrantes alienados de sus culturas de origen, con fuerte desproporción entre población de hombres y de mujeres y fuerte competición entre los hombres por el acceso al trabajo y a las mujeres. Para una introducción a los orígenes históricos del tango véase García-Olivares (2003) y Labraña y Sebastián (1992).
Ante un ambiente adverso y agresivo la construcción de un ego poderoso y blindado es una solución muy promovida desde la revolución romántica (véase García-Olivares 1997).
Como dice García-Martín: “(Hay en el ambiente del tango una) complicidad sutil, consistente en la camaradería con los "compañeros de fatigas", aunque guardando las distancias. Esto, sin embargo, no impide la violencia, la crueldad y el desprecio hacia ellos cuando se trata de la autoafirmación en el ambiente. La razón es bien simple: la jerarquía de valores se construye en torno al concepto de supervivencia (en todos los sentidos; por lo general la supervivencia de la relación con la mujer supone la supervivencia material, física; el compadrito vive de la prostitución de su compañera)”.
Sin embargo, incluso aunque no se dependa materialmente de la mujer, el fracaso en la competición por seducirla recuerda dolorosamente que ese ego que tanto ha costado montar no nos inmuniza del fracaso vital en general ni de nuestra inferioridad frente a otros.
(continuará...)
Acuarelas: Blanca García