(Fotografía Manuel Muñoz Farriols)
Me contaba un gran amigo:
El monje, la flor y el monje
Una mañana, amaneciendo, caminaba un monje budista por un hermoso valle. Concentrado en sus oraciones, en su caminar, algo llamo su atención. Una hermosa y esbelta flor sobresalía de entre unas piedras y hierbajos. Su belleza dejaba el entorno en penumbras. Se dirigió a ella y arrodillándose extasiado comenzó lentamente a liberarla de aquellas piedras y hierbas que secuestraban tan hermosa flor.
Lentamente y sumido en sus oraciones, el monje fue limpiando con todo su amor su entorno, hasta dejar un circulo de piedras que la protegiese de las agresiones de la naturaleza. El monje maravillado ante tanta belleza oró durante horas dando gracias por aquel regalo de la naturaleza. El sol ya empezaba a decaer, era tarde y debía continuar su camino.
Se despidió de la flor y orando se alejó.
No tardó en pasar por ese mismo camino otro monje, que como el anterior se retiraba a su templo. Cuando reparó en la presencia de la flor, se dirigió a ella y entusiasmado dio gracias a Buda por darle un regalo tan hermoso. Con mucho amor se acercó a la flor y suavemente tiró del tallo, la arrancó y siguió su camino, orando feliz y contento. .
Da que pensar, quizás, si el segundo monje no hubiese arrancado la flor, al día siguiente una vaca sagrada se hubiese comido la flor, o peor aun, una gran mierda hubiese cubierto su belleza.
La naturaleza no entiende de bellezas, tiene un camino único e imparable, ella soluciona sus problemas sin ayuda de nadie.
(Fotografía Manuel Muñoz Farriols)
Me sugirió su relato:
Desde aquí se podría decir que el primer monje tomó la flor como punto de referencia en su meditación y así pudo ordenar sus pensamientos. (Recuerda la parábola de Jesús sobre el trigo y la cizaña).
El segundo tomó la flor como punto de referencia en su actitud gozosa, fruto ésta, de una correcta meditación.
Si nos fijamos en la flor, ella cumplió su ciclo natural y dio fruto en los dos monjes.
La vaca, en cuanto que sagrada, nos dice que desprenderse a tiempo de los deshechos es fertilizar la tierra para una nueva cosecha que hay que incorporar (comer) en el presente.
Se encontraron esos dos monjes en el camino y discutieron sobre la flor:
"La flor se está moviendo"
"El viento se está moviendo"
"Ni el viento, ni la flor. La mente se está moviendo"
(Fotografía de Miguel Muñoz Farriols)