En el 2000
solo… contigo?
Este es el blog de una historia que arranca con un libro. Es un libro lleno de palabras que se enlazan por la belleza de quien las contempla. Sigue leyendo ...
El mayor enemigo que tenemos somos nosotros mismos.
Podría relatarse la batalla de esta manera:
Luchamos por no perder territorio y nos atrincheramos para impedir que pase el enemigo. Como llamamos enemigo a lo desconocido y lo que conocemos inicialmente tuvo ese apellido, solo habrá una manera de ganar la paz:
No haciendo la guerra.
Este armisticio permitirá que la vida entre plena en nosotros.
Pero quitar fronteras supone ampliar el espacio y lo ya conocido quiere quedarse en propiedad. La pasión llegará, como un notario, ordenando al dragón que desaloje. Hay sitio para todos (dirá ese elegante caballero) y ofrecerá una percha al monstruo donde colgar su fiereza y un asiento en su mesa para que nunca más se vea desplazado. Después de la comida, (¿el postre?) se nos dará una pista. Oiremos una voz que nos pide:
¡Cuéntamelo otra vez!´
Zaragoza 7 de mayo 2008
Querido Francisco. Me gusta reflexionar con los amigos.
La edad, cumplir años, no me ha incomodado nunca. La madurez se acomoda en el tiempo y le imprime ritmo. Caminar se llena de alegría y el paso militar necesario en un primer momento, se convierte en danza. Evaporado el miedo ya no es su batuta quien domina, sino un pentagrama de latidos que reproduce la partitura vital en la que todos los seres humanos, todos, creamos la banda sonora de esta película que es la vida. ¿Espectador? El destino que enmudece y aplaude eternamente.
Pero no todo el mundo lo vive así, y hay razones para ello.
Hay muchos niños que no pueden serlo.
Ramón tenía mal genio. Era el abuelo de Guille, el hijo de unos íntimos amigos. En el año 1998 le escribí esta carta.
“Érase una vez, mi querido
Guille, un niño al que le crecieron los años. (Sólo los años).
Ocurrió
así porque le obligaron (diremos las circunstancias) a vivir las penas de sus
mayores. Ocuparse de duros trabajos y obligaciones impropias de su edad, que no
le permitieron jugar. Jugar en el más amplio sentido de la palabra.
El juego es el mundo en el que el niño crece, activa todas
sus potencias vitales y se desarrolla armoniosamente. Pero si no lo hace, lo
único que avanza y se amontona es el tiempo.
Eso le pasó a este niño.
Los días se fueron acumulando y en un abrir y cerrar de
ojos, como si fuera una broma del destino, se encontró con casi noventa años.
Veía a su alrededor niños como él, pero guapos, vitales y,
sobre todo, jóvenes. Y él no se reconocía en aquella fea imagen que le
devolvían los espejos. Esta situación le irritaba y, peor aún, le daba miedo.
¿Alguien entendía su enfado? No.
Los demás
interpretaban que era insolente, impertinente, caduco, que ya no quería
participar en el emocionante juego de la vida y le dejaban solo.
Es ésta una
difícil situación, y voy a dejar que el final lo cuentes tú. (También puedes
ponerle nombre a ese niño).
Seguro que éste
no es el último cuento que escribamos a medias.
Un especial abrazo”.
Gracias,
Francisco, por este café y otro abrazo