En París, en el año 1999,
Koïchiro Matsuura, Director
General de
Desde el 2004 Fraga se une a esa fiesta y nos invita a compartir vivencias.
No conozco a Ángel Guinda en el sentido más profundo de la palabra. Sé de él a través de las múltiples informaciones sobre su pasión poética, por haber coincidido alguna vez en cafés que ya no están y compartido algunos conocidos comunes.
No le conozco, pero me he apuntado a este homenaje para subsanar esa laguna.
Empezaremos conversando. Yo te cuento y te doy pie a que hagas lo mismo.
Una noche de 1965, Ben Molar
propuso un homenaje al Tango. Doce años más tarde, el 29 de noviembre de 1977 se
declaró “El Día del Tango” y por su insistencia, el 23 de diciembre de ese
mismo año se amplió el concepto como “El Día Nacional del Tango”.
Este lenguaje universal se celebra cada 11 de diciembre desde hace 34 años.
Un idioma es rico según la complejidad de sus palabras. Paradójicamente somos capaces de reducirlo a una mirada, un gesto, incluso un aspaviento, con tal de comunicarnos.
Hay mucha información sobre los orígenes del tango y alguna discrepancia.
Enrique Santos Discépolo lo definió como “un pensamiento triste que se baila”. Y su razón tenía. No es lo mismo llegar a un país como esclavo, vendido y sometido, que tener la libertad de elegir la mejor ruta para llegar donde queremos.
Podemos ordenar la frase de otra manera: Para bailar un pensamiento y que dé fruto en los hechos, es necesario leer bien para decir bien, como en poesía.
En el tango hay un punto de equilibrio perfecto. Conseguirlo es difícil porque depende de dos.
Desplazarse sobre la pista
deletreando correctamente la indicación del compañero.
Llegar a tiempo para empezar el
siguiente paso sin perder ritmo.
No cargar el peso en el hombro
que te sirve de apoyo.
Oír el tema y saber escuchar cómo
quiere interpretarlo quien te acompaña.
Saber proponer sin que suene a
mando.
No leo más. Que digan ellos.