viernes, 26 de julio de 2013

Lo escribí el 1977







En la mar, mecida por las olas, duermo.

Qué feliz nuestro encuentro, mas “no puedes sonreír así, no debes sonreír así a nadie”.

Desde tu casa, sin dejarme entrar, me llamas por cien nombres distintos.

¡Cómo me enfadas!... pero es tanta tu gracia que sigo a tu puerta.

Por fin sales a pasear conmigo llevando de tu brazo a Cronos.

Contrariada, como una niña pequeña, me siento a la sombra de un árbol y te dejo marchar.
Pero tu paso elegante me hace seguirte de lejos.

Por la noche, no permites que comparta tu lecho y salgo llorando. Pero vuelvo enseguida a velar tu sueño.
¡Es tan hermoso tu rostros dormido!

El corazón de la noche me pregunta: “¿Cuándo vendrá el que te reconozca?”

Cuando llegue, arrojará de nuestro lado a Cronos y pasearemos por todos los caminos.

Cuando llegue, solo pronunciará mi nombre y los demás serán para él desconocidos.

Cuando llegue será mía su casa y habrá un solo lecho.

Todo ha quedado en silencio.

¡Tengo miedo!


Una suave brisa me despierta en la playa pronunciando tu nombre, ¡oh eternidad!




domingo, 21 de julio de 2013

En el autobús




En el 2008




Menores


Abrazado a una pelota. Así iba por la calle.
 Descalzo, con el pelo ralo y la cabecita llena de sombras.
La ropa sucia y rota, acostumbrada a estarlo. Perdido, sin buscar, porque así se encontraba.

Así lo vi, lo vimos todos los que en ese momento caminábamos por la calle. Paré a mirar si alguien lo esperaba y eché en falta a su madre. ¿Tenía? ¿Dónde estaba? ¿No había nadie cerca? 
¿De quién era aquella criatura de poco más de tres años?

Yo tenía prisa. Precisamente iba a desayunar con mi madre y no podía hacerle esperar. Lamenté la situación de aquel pequeño, pero no hice nada más.

Los años vuelan y sin saber cómo se multiplican.

El autobús es un medio de transporte que uso todos los días.
Alguna vez aprovecho y leo (si el ambiente lo permite) y eso estaba haciendo cuando subieron cuatro muchachos adolescentes. Había asientos libres y los ocuparon de manera desordenada. Voces altas y risotadas, junto a unos ineducados modales que en un instante rompieron la paz y sublevaron a los pocos pasajeros que viajábamos en ese momento.
Un caballero se quejó amargamente de la juventud. Levanté la vista con intención de recriminarles y lo que vi me devolvió al pasado.

Uno de ellos era él. Aquel pequeño con 10 años más de desamparo y protegido por otras tantas capas de insolencia.

Cambie la mirada por una interrogación.
¿Sólo esto? ¿Nada más que un poco de molestia en mi confortable vida? ¿No vas a echarme en cara que no ayudé a educarte, ni compartí contigo la seguridad que da un abrazo? ¿Ni avisé a nadie para que te acogiera?

Bajé del autobús avergonzada, pero tenía prisa y el trabajo esperaba.

Desde ese día, cada vez que oigo hablar de juicios a menores me siento responsable.
Deberían juzgarme a mí con ellos para que se haga justicia y no paguen más de lo que ya han pagado.