Qué sorpresa el desfile de las fuerzas armadas.
Una semana de
preparativos, la complicidad del tiempo (un sol deteniendo a las nubes), y el
público expectante.
Unos momentos
antes de empezar la exhibición, un militar reparte banderitas españolas a los
niños y a los que están lejos les llegan volando. Una de éstas la intercepta
una señora provocando la protesta de todos los que allí estábamos. “Era para
ese niño…” “¡Es mía! ¡Sólo se la doy si
a mí me dan otra!”. Naturalmente se fue de vacío porque estamos es una
democracia, es decir, es un país sensato.
Qué sorpresa esta exhibición militar.
Los uniformes,
el paso marcial, las medallas… También mujeres, pieles de colores, soldados
pensando en los demás. Se nota que estamos más relajados.
Qué sorpresa mis lágrimas.
Empezaron a
desfilar por las alturas. Mi compañero señaló el primero de los aviones y me
dijo: “Cuesta más que el presupuesto de algún país”. El cielo se llenó de nubes. Inmediatamente
aparecieron los blindados, los carros de combate, tanques y demás
construcciones guerreras, seguidos por batallones de hombres y mujeres capaces
de hacerlas “hablar”. También ambulancias y ayuda humanitaria.
No paré de
llorar mientras duró la exhibición. Estaba viendo la razón de la fuerza y este
recuerdo iluminó la memoria de tantos y tantos muertos que lo fueron porque la
razón no encontró ejército. Lloraba sin amargura, pues estoy segura de que la
mayoría allí presente querría un mundo mejor, más justo, menos violento… pero
lloraba. Sentía como si gritasen a través de mí los que se fueron: “No queremos
ni uno más, estamos los justos para denunciar la injusticia de no estar a la
fuerza”.
Qué sorpresa los hombres que asumen la derrota y
evitan con ello la violencia.
Sebastián Castellion
es el autor de esta frase: “Matar a un
hombre para defender una doctrina no es defender una doctrina, es matar a un
hombre”. No la conocía y fue a través de Francisco Carrasquer (Premio
Nacional de las Letras Aragonesas 2007) en su libro “Miradas de Eternidad”
donde encontré esa razonable sentencia. Me emocionaron esos puntos comunes que
Francisco Carrasquer encontró entre Miguel Servet y Espinoza como faros de lo
que el ser humano debería exhibir:
- La libertad de expresión del pensamiento dónde, cuándo y cómo sea.
- La tolerancia como base de convivencia, contraste de pareceres y bienestar.
- Unos mínimos cimientos de estoicismo.
- Amor a la ciencia que se trasluce en la exposición y demostración.
- Síntesis de lo racional y lo místico, de la razón y la intuición.
La Vida. ¡Qué sorpresa!