martes, 23 de septiembre de 2014

Leyendo a ANA NOTIVOLI



Tangueando


(Anita Brus)




       A Rosa le gustaba ir a bailar. El tango le sentaba bien, sus piernas se lo agradecían, realmente todo su cuerpo, y especialmente su mente; cuando sonaban las notas musicales ella se abandonaba a sus  efluvios, entonces no le dolía nada. Así podía pasar horas y horas. Le encantaban los preparativos para ir a la milonga: elegir peinado, maquillaje, vestido, zapatos,  todo un ritual al que se entregaba en cuerpo y alma.

       El pelo no era problema, llevaba una media melenita que le sentaba estupendamente y sin exagerar, le hacía parecer más joven, el maquillaje nada especial un poquito de color en las mejillas y en los párpados; la raya negra que le acentuaba la mirada y los labios rojos.

       Otra cosa bien distinta era elegir el vestido, en este punto siempre se veía nadando en un mar de dudas-no era para menos- dependiendo de cual escogiera se sentiría más o menos cómoda o  más o menos atractiva ¿el rojo con lentejuelas? demasiado vistoso; el azul con aquel drapeado a la altura del pecho… era bonito pero… le hacía más pechugona; con el verde parecía una manzana y qué decir del floreado. ..Al final siempre se decidía por el discreto negro que además de ser un color muy milonguero le estilizaba la figura, con él se sentía más elegante y combinaba perfectamente con los zapatos plateados; el resto de complementos sencillos: una ligera pulsera  en su brazo izquierdo, un par de anillos, y un bolso pequeño en el que a duras penas cabían las gafas y el dinero.

       Sí, a Rosa, le gustaba tanguear. Se sentía ligera en el dos por cuatro y en los brazos de su pareja, volaba y también volaba su imaginación; aquellos compases la trasladaban  a una juventud que no había vivido en la que no faltaban las risas, las escapadas a los lugares más bellos del mundo, la libertad de entrar y salir sin tener que dar explicaciones.

       El tango obraba el milagro de hacerla dichosa porque ponía ritmo a su vida, nunca tuvo tantas ganas de gritar que era feliz, que la fortuna le sonreía, que no había mejor placer que bailar y bailar  el tango.


                                     Ana Notivoli. Abril 2014






domingo, 14 de septiembre de 2014

Leyendo a ANA NOTIVOLI







Dos menos cuarto de la madrugada. 

Como cada noche desde hace un tiempo, Sofía pega la cara a los cristales de su ventana y piensa que si no fuera por las cuatro farolas que iluminan levemente la plaza daría miedo estar en ella, además hoy llueve y el cielo esta negro, muy negro.
Sabe que tiene que salir, bajar a la plazuela donde la hojarasca movida por el viento baila su particular danza de la muerte. Mira una vez más al exterior pero sin ver. O sí. Desde el centro de la arboleda cree ver unas sombras y se le congela el aliento. Eso es el miedo que no le deja razonar con claridad, pero si de algo está segura es de que él la protegerá. Se coloca el gorro que compró en el rastro y  lentamente se pone el abrigo. Hay que taparse, la noche es fría.
Cierra despacio la puerta de su casa, no son horas para hacer ruidos y despacio, sin prisa, camina hacia el ascensor. Cuarenta y cinco segundos en llegar a la entrada del edificio, nada y nadie tampoco en la glorieta.
Todo está en silencio. Sofía se encoje en su abrigo y se apoya contra la pared del edificio tapándose la espalda. Así, si  aparece alguien por detrás, no podrá sorprenderla.
Está harta de ser la guardiana, la niñera de él, si no fuera porque ha aprendido a quererle y se sabe correspondida… Ella siempre se opuso a su presencia y por eso la tacharon de egoísta, ahora no le queda más que aguantarse y esperar que termine pronto. El frío no sabe de cariños.
Una noche más, Sofía engancha la correa al collar que rodea la cabeza de su perro. Lo sujeta, ya ha hecho todo, así que saca las llaves del portal, sube en el ascensor, abre la puerta de su piso y piensa que mañana será otra noche.   

                                Ana Notivoli –febrero 2014