(Calles de Zaragoza)
Imaginaros un grupo de amigos sentados entorno a la lumbre. Alguien propone jugar con Slobodan Pesic y Annie Gottlieb.
“Si
alguna vez estás triste, mira tu ombligo”, me dijo una voz. Yo, que traduzco
bien, enseguida entendí que no debía perder el centro. A veces, la felicidad se
desplaza y hay que salir a cazarla. Esta aventura se cuenta en todos estos
desiertos.
No hay ningún orden en la sucesión de
relatos. Están tal cual los he ido recibiendo. Puede resultar difícil al lector
encontrar qué relación tiene esa interpretación con los elementos descritos en
las respuestas a esas seis propuestas iguales para todos. A pesar de ello,
animo a encontrarlas. Lo escrito está sujeto a lo que contestaron y en todos me
ha sorprendido la convicción de que era eso, y nada más, lo que debía decir
para describir lo que veía.
Aparentemente son paisajes cerrados,
pero hablan entre sí. Comienzan, se desarrollan y finalizan para empezar de
nuevo. Cada uno dibuja el nombre de quien me lo prestó y lo hizo atendiendo mi
ruego de ser, por un instante, diapasón de mi yo.
Si colocásemos cada cubo en su lugar
se vería un rostro, el mío o sorprendentemente el de quien mira.
Ha sido un placer describirlos. El
placer creciente de una admiración por el ser humano, proporcional al
desinterés por esas manifestaciones vacías y llenas de ruido que enmudecen ante
cualquier aplauso que subraye la bondad del hombre. Esa voz también me recuerda
la obligación de ser. Otra forma de agradecer al destino por el paisaje en el
que me situó.
Sería completo que se cumpliese el
precioso aforismo de Henri de Mont... “Se experimenta tanta alegría
proporcionando placer a alguien que se siente deseos de darle las gracias”.
Espero
quedar eternamente agradecida.
***
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