Conferencia de Antonio García Olivares.
El enamoramiento y sus espejismos.
Muchos tangos describen el estado de enamoramiento. Soneto a un sueño nuevo, de Ardizzone y Surt, lo define como una “mentira” y un “hechizo” que “valdrá la pena vivir”, algo en lo que están de acuerdo otros tangos. Muestra también algunos otros rasgos de este estado: “déjame que te idealice aún equivocado… como un sortilegio irreal, casi enfermizo”. Manual del enamorado, de Ferrer y Garello, continúa esta descripción: “Para vivir enamorado, hay que fugarse al ser amado”, metáfora que parece sugerir el escapar de la prisión del propio yo, para entrar en el amado. Compara al enamorado con “un internado que gime tras haber gozado y aún disfruta el sufrimiento”. Porque el amor es una “hermosa pesadilla” que “si es grande crece con la herida”. Y achaca al enamorado el “mentir como un bandido”, no sabemos si a sí mismo, y “absolver como un prelado” al otro, a quién se ve “fanáticamente” como “perfecto”.
Pasional, de Caldera y Soto, abunda en éstos síntomas utilizando metáforas ya analizadas, como la de los labios como arma o los besos como droga y encantamiento que conducen a un estado de enloquecimiento: “Tus labios que queman, tus besos que embriagan y que torturan mi razón”, “no podrás entender lo que es amar y enloquecer”, “caricias que me atan, a tus encantos de mujer… estás clavada en mí, como una daga en la carne… quiero en tus brazos morir”, “nunca sabrás … lo que es amar y enloquecer”.
Otros tangos muestran la tendencia del enamoramiento a identificarse con el todo. Cuando el amor es exitoso, el mundo parece feliz, mientras que cuando el amor es fracasado: “son muy largos los caminos, trayendo una sed que quema, qué triste el arroyo seco, tan parecido a tu pena” (Morocha triste, de Sanguinetti y Maciel).
Sin embargo, otros tangos recogen el paso del amor-enamoramiento al más realista amor-amistad que surge con la convivencia: “Estaba ciego en mi delirio… y ahora que cayó la venda de mis ojos … ví que eras una vulgar muñeca de cartón… la luz de la experiencia me alumbra el corazón” (Ciego, de Luis Rubinstein). O: “yo fui al civil solito, y por amor. Y ella me lo decía: ‘Mira querido, que tengo mi carácter, que soy así…’. No importa… ¿Por qué no me hice humo cuando la ví?” (Cipriano, de Marfil y Vidal).
El vals Cielito lindo acepta esta evolución como una ley natural: “Todas las ilusiones… que el amor fragua, son como las espumas… que forma el agua… Suben y crecen, y con el mismo cielito lindo, desaparecen”.
Causas y motivos del amor.
Si prestamos atención a los elementos que causan, provocan o “despiertan” el amor, observaremos que algunos tangos enfatizan los elementos “fetichistas” que están en el inicio mismo de muchos amores: sus ojos, su sonrisa, su pelo, sus labios, sus pies, como en Mi canción, de María Greves: “Vi en tus ojos, un mundo de ilusiones desconocido”. A veces, el elemento de fijación fetichista no es un rasgo físico, pues la mujer es descrita como poco atractiva, sino “un cutis de muñeca” o una actitud: “Mi nariz es puntiaguda, la figura no me ayuda y mi boca es un buzón”, pero: “pierden la cabeza… que yo tengo, unos ojos soñadores … tengo un cutis de muñeca … modesta siempre fui” (Se dice de mí, de Canaro y Pelay).
La milonga Azúcar, Pimienta y Sal, de Varela, Rossi y Aznar, al igual que otros tangos, achaca el amor a que la partenaire tenga gustos y formas de ser que el amante valora, aunque no coincidan necesariamente con los propios: es “rebelde y angelical”, le gusta, como al amante, “el café y el cigarrillo … y sin plata caminar”, etc. En otros casos, se valora que la persona amada sea un cómplice en el juego de la vida, que de alguna manera potencie las capacidades de uno, lo cual es coherente con la metáfora del amor como lucha contra la vida. En otros casos (Te quiero por buena, de Russo, Ruiz y Rufino), se valora la “bondad”, y en otros, la “sinceridad” y la “sencillez”.
Algunos tangos describen el hombre ideal para algunas mujeres como dominante y sensual, como en Mi pueblo blanco, de Serrat: “fuerte pa’ ser su señor, y tierno para el amor”.
Otros muchos tangos asocian la atracción amorosa, no a causas externas, sino a una pulsión interior, de origen desconocido: “Te quiero, porque te quiero”. O, como en Ese insondable modo de querernos, de Peyrano y Boedo, donde parece asociar el amor a algo supraindividual como podría ser la especie humana, más que a los individuos: “Es insondable el modo de querernos, que se escapa a la razón de quien nos mira, es profundo y tiene algo de eterno, como si hubiera recorrido muchas vidas”.
Otros parecen sugerir que la imagen del objeto amado está previamente en lo inconsciente: “Sos … la imagen de mi alma” (Adelina, de Ezeiza y Gardel), o: “Sin saber que existías te deseaba, antes de conocerte te adiviné … el día que cruzaste por mi camino, tuve el presentimiento de algo fatal, esos ojos, me dije, son mi destino” (Presentimiento, de Emilio Pacheco). Otros afirman que el objeto amado es dibujado por los sueños: “Te forjé con mis sueños en flor… Vieja historia repetida de los sueños juveniles” (Pigmalión, de Expósito y Piáosla); “En mis sueños ya te imaginé, por eso si algún día nos cruzáramos los dos, sé que te reconoceré” (Si no me engaña el corazón, de Bahr y Miseritsky).
Además, el cuerpo parece tener razones que la razón desconoce: “Clamor de piel, en el apretón de manos, cuando fuimos presentados, por primera vez” (Clamor de piel, de Modestá, Yoni y Vallejo).
Otros subrayan la dificultad de luchar contra una fuerza esencialmente irracional: “es duro desafiar el corazón, cuando se ciega y se encapricha en un querer, y es en vano matar con reflexión … el sentir del hombre o la mujer … Es una fuerza imposible de vencer” (Qué fácil es decir, de Tabanilla y Scciamarella). Esta fuerza a veces es más fuerte que las convenciones sociales: “Mi destino es quererte. Y el destino es más fuerte, que el prejuicio, el deber y el honor” (Prohibido, de Bahr y Sucher).
Como corolario de esa irracionalidad del amor, nadie debería decir que domina al amor o que puede dar consejos sobre él: “El amor fue siempre el gran emperador, que… a todos por igual, nos hace dar mas vueltas, que gallina en el corral” (Cosas del amor, Sciammarella y Maleaba). O: “El amor es un anzuelo, donde el más lince se ensarta, y donde se pierden muchos envidos, con treinta y tres … Sobre eso no des consejos, ni al que es tu mejor amigo”.
Riesgos del amor.
El amor es una apuesta arriesgada, dicen muchos tangos, y el riesgo procede de su volatilidad: “No hay nada bajo el sol, más volátil que el amor” (Acuérdate de mí, de A. Cucci). Como es una especie de apuesta, se puede ganar mucho, pero como el partenaire haga trampas, se puede perder mucho más: “aquella coqueta y risueña mujer, que al jurar sonriendo, el amor que está mintiendo… ¡cuántos desengaños, por una cabeza! … vos sabés que no hay que jugar” (Por una cabeza, de Gardel y le Pera). En algunos casos, esta mentira se debe a que la mujer utiliza la relación amorosa únicamente como medio de promoción social: “la pinta que dios me ha dado, la tengo que hacer valer” (Pipistrela, de Canaro y Ochoa), una situación que debió ser frecuente sobre todo en el ambiente social original del tango.
Otros tangos descargan la responsabilidad del partenaire para dársela a la misma naturaleza del amor: “al potro del amor, no hay gaucho domador que lo domine” (Llorar por una mujer, de Cadícamo y Rodríguez), o: “Es el amor un bien malvado… regala sueños y pañales, y al fin te quita los regalos” (Manual del enamorado, de Ferrer y Garello).
Debido a esa naturaleza poco fiable, hay que entrar en el amor conscientes de los riesgos: las “rosas que son más hermosas” (están) “tan llenas de espinas, que causan heridas en el corazón” (En los campos en flor, de Le Pera y Gardel).
Debido a ese riesgo que se afronta, hay que valorar “el valor que representa el coraje de querer” (Cuesta abajo, de Gardel y Le Pera) y debido al valor que requiere: “es inmoral, sentirse mal, por haber querido tanto” e incluso: “debería estar prohibido, haber vivido y no haber amado” (Jugar con fuego, de Calamaro y Mores), pese a las consecuencias fatales para el alma que trae su fracaso: “se desangra, por un beso de mujer” (A las dos de la mañana, de Massa y Donato).
Muchos tangos describen el estado de enamoramiento. Soneto a un sueño nuevo, de Ardizzone y Surt, lo define como una “mentira” y un “hechizo” que “valdrá la pena vivir”, algo en lo que están de acuerdo otros tangos. Muestra también algunos otros rasgos de este estado: “déjame que te idealice aún equivocado… como un sortilegio irreal, casi enfermizo”. Manual del enamorado, de Ferrer y Garello, continúa esta descripción: “Para vivir enamorado, hay que fugarse al ser amado”, metáfora que parece sugerir el escapar de la prisión del propio yo, para entrar en el amado. Compara al enamorado con “un internado que gime tras haber gozado y aún disfruta el sufrimiento”. Porque el amor es una “hermosa pesadilla” que “si es grande crece con la herida”. Y achaca al enamorado el “mentir como un bandido”, no sabemos si a sí mismo, y “absolver como un prelado” al otro, a quién se ve “fanáticamente” como “perfecto”.
Pasional, de Caldera y Soto, abunda en éstos síntomas utilizando metáforas ya analizadas, como la de los labios como arma o los besos como droga y encantamiento que conducen a un estado de enloquecimiento: “Tus labios que queman, tus besos que embriagan y que torturan mi razón”, “no podrás entender lo que es amar y enloquecer”, “caricias que me atan, a tus encantos de mujer… estás clavada en mí, como una daga en la carne… quiero en tus brazos morir”, “nunca sabrás … lo que es amar y enloquecer”.
Otros tangos muestran la tendencia del enamoramiento a identificarse con el todo. Cuando el amor es exitoso, el mundo parece feliz, mientras que cuando el amor es fracasado: “son muy largos los caminos, trayendo una sed que quema, qué triste el arroyo seco, tan parecido a tu pena” (Morocha triste, de Sanguinetti y Maciel).
Sin embargo, otros tangos recogen el paso del amor-enamoramiento al más realista amor-amistad que surge con la convivencia: “Estaba ciego en mi delirio… y ahora que cayó la venda de mis ojos … ví que eras una vulgar muñeca de cartón… la luz de la experiencia me alumbra el corazón” (Ciego, de Luis Rubinstein). O: “yo fui al civil solito, y por amor. Y ella me lo decía: ‘Mira querido, que tengo mi carácter, que soy así…’. No importa… ¿Por qué no me hice humo cuando la ví?” (Cipriano, de Marfil y Vidal).
El vals Cielito lindo acepta esta evolución como una ley natural: “Todas las ilusiones… que el amor fragua, son como las espumas… que forma el agua… Suben y crecen, y con el mismo cielito lindo, desaparecen”.
Causas y motivos del amor.
Si prestamos atención a los elementos que causan, provocan o “despiertan” el amor, observaremos que algunos tangos enfatizan los elementos “fetichistas” que están en el inicio mismo de muchos amores: sus ojos, su sonrisa, su pelo, sus labios, sus pies, como en Mi canción, de María Greves: “Vi en tus ojos, un mundo de ilusiones desconocido”. A veces, el elemento de fijación fetichista no es un rasgo físico, pues la mujer es descrita como poco atractiva, sino “un cutis de muñeca” o una actitud: “Mi nariz es puntiaguda, la figura no me ayuda y mi boca es un buzón”, pero: “pierden la cabeza… que yo tengo, unos ojos soñadores … tengo un cutis de muñeca … modesta siempre fui” (Se dice de mí, de Canaro y Pelay).
La milonga Azúcar, Pimienta y Sal, de Varela, Rossi y Aznar, al igual que otros tangos, achaca el amor a que la partenaire tenga gustos y formas de ser que el amante valora, aunque no coincidan necesariamente con los propios: es “rebelde y angelical”, le gusta, como al amante, “el café y el cigarrillo … y sin plata caminar”, etc. En otros casos, se valora que la persona amada sea un cómplice en el juego de la vida, que de alguna manera potencie las capacidades de uno, lo cual es coherente con la metáfora del amor como lucha contra la vida. En otros casos (Te quiero por buena, de Russo, Ruiz y Rufino), se valora la “bondad”, y en otros, la “sinceridad” y la “sencillez”.
Algunos tangos describen el hombre ideal para algunas mujeres como dominante y sensual, como en Mi pueblo blanco, de Serrat: “fuerte pa’ ser su señor, y tierno para el amor”.
Otros muchos tangos asocian la atracción amorosa, no a causas externas, sino a una pulsión interior, de origen desconocido: “Te quiero, porque te quiero”. O, como en Ese insondable modo de querernos, de Peyrano y Boedo, donde parece asociar el amor a algo supraindividual como podría ser la especie humana, más que a los individuos: “Es insondable el modo de querernos, que se escapa a la razón de quien nos mira, es profundo y tiene algo de eterno, como si hubiera recorrido muchas vidas”.
Otros parecen sugerir que la imagen del objeto amado está previamente en lo inconsciente: “Sos … la imagen de mi alma” (Adelina, de Ezeiza y Gardel), o: “Sin saber que existías te deseaba, antes de conocerte te adiviné … el día que cruzaste por mi camino, tuve el presentimiento de algo fatal, esos ojos, me dije, son mi destino” (Presentimiento, de Emilio Pacheco). Otros afirman que el objeto amado es dibujado por los sueños: “Te forjé con mis sueños en flor… Vieja historia repetida de los sueños juveniles” (Pigmalión, de Expósito y Piáosla); “En mis sueños ya te imaginé, por eso si algún día nos cruzáramos los dos, sé que te reconoceré” (Si no me engaña el corazón, de Bahr y Miseritsky).
Además, el cuerpo parece tener razones que la razón desconoce: “Clamor de piel, en el apretón de manos, cuando fuimos presentados, por primera vez” (Clamor de piel, de Modestá, Yoni y Vallejo).
Otros subrayan la dificultad de luchar contra una fuerza esencialmente irracional: “es duro desafiar el corazón, cuando se ciega y se encapricha en un querer, y es en vano matar con reflexión … el sentir del hombre o la mujer … Es una fuerza imposible de vencer” (Qué fácil es decir, de Tabanilla y Scciamarella). Esta fuerza a veces es más fuerte que las convenciones sociales: “Mi destino es quererte. Y el destino es más fuerte, que el prejuicio, el deber y el honor” (Prohibido, de Bahr y Sucher).
Como corolario de esa irracionalidad del amor, nadie debería decir que domina al amor o que puede dar consejos sobre él: “El amor fue siempre el gran emperador, que… a todos por igual, nos hace dar mas vueltas, que gallina en el corral” (Cosas del amor, Sciammarella y Maleaba). O: “El amor es un anzuelo, donde el más lince se ensarta, y donde se pierden muchos envidos, con treinta y tres … Sobre eso no des consejos, ni al que es tu mejor amigo”.
Riesgos del amor.
El amor es una apuesta arriesgada, dicen muchos tangos, y el riesgo procede de su volatilidad: “No hay nada bajo el sol, más volátil que el amor” (Acuérdate de mí, de A. Cucci). Como es una especie de apuesta, se puede ganar mucho, pero como el partenaire haga trampas, se puede perder mucho más: “aquella coqueta y risueña mujer, que al jurar sonriendo, el amor que está mintiendo… ¡cuántos desengaños, por una cabeza! … vos sabés que no hay que jugar” (Por una cabeza, de Gardel y le Pera). En algunos casos, esta mentira se debe a que la mujer utiliza la relación amorosa únicamente como medio de promoción social: “la pinta que dios me ha dado, la tengo que hacer valer” (Pipistrela, de Canaro y Ochoa), una situación que debió ser frecuente sobre todo en el ambiente social original del tango.
Otros tangos descargan la responsabilidad del partenaire para dársela a la misma naturaleza del amor: “al potro del amor, no hay gaucho domador que lo domine” (Llorar por una mujer, de Cadícamo y Rodríguez), o: “Es el amor un bien malvado… regala sueños y pañales, y al fin te quita los regalos” (Manual del enamorado, de Ferrer y Garello).
Debido a esa naturaleza poco fiable, hay que entrar en el amor conscientes de los riesgos: las “rosas que son más hermosas” (están) “tan llenas de espinas, que causan heridas en el corazón” (En los campos en flor, de Le Pera y Gardel).
Debido a ese riesgo que se afronta, hay que valorar “el valor que representa el coraje de querer” (Cuesta abajo, de Gardel y Le Pera) y debido al valor que requiere: “es inmoral, sentirse mal, por haber querido tanto” e incluso: “debería estar prohibido, haber vivido y no haber amado” (Jugar con fuego, de Calamaro y Mores), pese a las consecuencias fatales para el alma que trae su fracaso: “se desangra, por un beso de mujer” (A las dos de la mañana, de Massa y Donato).
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