En diciembre de 1999
El destino tiene su heraldo en el niño y siempre consigue hablar.
Pero la Amistad sí que es una "pizarra en blanco".
Un lienzo donde se desvela la oculta belleza que imploramos ver, una vez más, aunque solo sea por un minuto.
Un inocente espacio donde podemos escribir, como si fuera la primera vez "te quiero".
Un eco que nos devuelve, -¡bendito mendigo!- la fortaleza para llamar a nuestro yo más lejano. Ese yo del que conocemos muy bien sus espaldas, ignoramos su rostro y nos aterra su visión.
Una visión que sin nuestra voz tiene rostro de Casandra.
Unos ojos desde los que veríamos el inexistente abismo de la muerte. ¿Por qué aplazamos una y otra vez su cita?
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