A la realidad no le sobra ninguna pieza. La clave del juego está en encontrar qué centro nos corresponde a cada uno. Nacemos en un desconocido espacio que incluye para todos la misma brújula del ego. Es una copia exacta del original y que por ello registrará fielmente cualquier variación que se produzca respecto de la quietud inicial.
No elegimos las circunstancias desde las que comenzamos la partida, ni conocemos en qué consiste ganar, lo cual no quiere decir que no esté escrito. Algo sabemos. Que todos tenemos los mismos derechos.
Empezamos.
Hay diferencias de tejidos. No es lo mismo el esparto que la seda, un ser humano que otro. (Ya se ha planteado un problema por un prejuicio: “diferencia”). Ante esa encrucijada (el problema), encontrar la única salida al laberinto de la idea que tenemos sobre nuestro instinto es una constante que va a repetirse durante todo el tiempo que dure la partida. No hay que perder el centro, dice la brújula del yo. A esta realidad le saldrá una necesidad al encuentro y al mismo tiempo, por el otro lado, una imagen de lo que puede perderse. Otra vez el laberinto: “necesito que pierdan los otros para ganar yo”.
Se ofrecerá el esparto para limpiar una idea de la misma naturaleza y solo así podremos volver a caminar como la seda.
El yo, el fiel de nuestro equilibrio, deberá encontrar la ruta en la que ambos lados sean complementarios.
El premio no está al final sino en que siempre podemos volver a empezar.
No elegimos las circunstancias desde las que comenzamos la partida, ni conocemos en qué consiste ganar, lo cual no quiere decir que no esté escrito. Algo sabemos. Que todos tenemos los mismos derechos.
Empezamos.
Hay diferencias de tejidos. No es lo mismo el esparto que la seda, un ser humano que otro. (Ya se ha planteado un problema por un prejuicio: “diferencia”). Ante esa encrucijada (el problema), encontrar la única salida al laberinto de la idea que tenemos sobre nuestro instinto es una constante que va a repetirse durante todo el tiempo que dure la partida. No hay que perder el centro, dice la brújula del yo. A esta realidad le saldrá una necesidad al encuentro y al mismo tiempo, por el otro lado, una imagen de lo que puede perderse. Otra vez el laberinto: “necesito que pierdan los otros para ganar yo”.
Se ofrecerá el esparto para limpiar una idea de la misma naturaleza y solo así podremos volver a caminar como la seda.
El yo, el fiel de nuestro equilibrio, deberá encontrar la ruta en la que ambos lados sean complementarios.
El premio no está al final sino en que siempre podemos volver a empezar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario