miércoles, 6 de mayo de 2015

FRAGMENTO


Carta en el 2003

(No se si podrás aceptar que te quiera en esta situación, con esta realidad de la que no puedes sentirte orgulloso y a la que yo de ninguna manera puedo renunciar. Pero quisiera estar ahí, también contigo, donde me dejes estar.)



(Lee Justo Erdociain)

Hemos recorrido juntos treinta años y dibujado una vida en común felizmente fecunda.

En la última etapa hubo un cambio imperceptible de vía que nos ha situado en paisajes distintos. No es sensato arremeter contra ese paisaje por haber aparecido de repente, como si fuese la proyección quien se moviese.

Tenemos dos cristales. Donde uno ve monte, el otro dibuja una llanura y no hay forma de lograr un acuerdo entre dos realidades incomunicadas por los torpes reproches que pretenden despabilar al compañero para que se apresure a llegar donde estamos, dando por hecho que la verdad es nuestra y que el otro está perdido.

A primera vista no se entiende nada. Desde lejos no se ve la realidad de lo que ocurre y hay que acercarse a todos y cada uno de los hilos para ver donde se formó el nudo de esta historia. Deberíamos, serenamente, desandar lo andado, para encontrar el momento en el que nuestro jefe de estación cambió las vías.

El amor es el bailarín más experto en cuyos brazos solo una cosa se puede hacer: ver lo que se hace. Para conseguir esta lucidez nuestra naturaleza hará lo imposible. El conflicto está en que a nadie le es permitido sustituir al otro en su trayecto. Es cada uno, en primera persona, quien debe tomar las riendas de su vida, asumiendo cualquier riesgo.

En mi equipaje tengo la certeza de que se ama sin pedir nada a cambio. Mas aún, recordando que nos dieron sin estar obligados. Que somos mendigos del amor y que el empleo es fijo. Que se quiere sin red y ese es el riesgo.

Recíprocamente, el destino nos guarda un lugar preferente en nuestro centro, al que siempre podemos retornar. Solo en ese giro hacia la inocencia se puede descubrir en qué momento se dio la vuelta Eros, para “alejarse un poco” y protegernos de aquella seducción que pudiera despistarnos demasiado de nosotros mismos.

En la bondad de la vida ya estamos encontrados.


¿Por favor, me das algo?



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