Año 2000
El 18 de septiembre de 2000 llegó la carta de la Asociación Amigos del Tango "El Garage" con información sobre un concurso literario de poemas sobre el tango. Lo organizaba Silvia Arzac, Directora de la Casa de las Letras, Municipalidad de José C. Paz (Buenos Aires). Decidí presentarme, gustó al jurado y le dieron el primer premio.
Al principio contaba sus
gracias, sus primeros balbuceos, pero este libro, “El Tango con Darío”, tiene
la suficiente edad como para que hable solo. Leedlo. Encontrareis, seguro,
emociones que os pertenecen.
Me gustaría que me acompañaseis
por sus alrededores y os propongo algo distinto. Entrar en ese aspecto que
inquietó a Antonio García Olivares. El final.
Dice Antonio:
“La mayoría de
los poemas de este libro son un tanto inquietantes, y yo creo que ello se debe
a que conservan ese sentido multivalente (precisamente). Tomemos por ejemplo,
el poema que cierra prácticamente el libro, el titulado "El Final". Y
vamos a oír qué le dice la autora a su propio amor:
Le dice:
Ya llegan, mi cariño, los últimos compases
el final ... ese lecho.
Sé generoso, amor, y no me llames.
No te pierdas.
Silencio.
Yo al menos,
no puedo evitar oír a la vez 4 cosas en este poema:
-En primer
lugar, la despedida de un baile.
-En segundo
lugar, el diálogo con la persona querida
-En tercer
lugar, podemos interpretarlo como el diálogo con el propio amor de uno
-Pero también
podemos ver en el poema a una persona despidiéndose de la vida (!). Esto es, la
despedida final de una vida humana...
Por eso, no puedo evitar que me resulte inquietante, como muchos otros
poemas de este libro. Porque lo que se dice en cada nivel está sirviendo de
campo metafórico para los otros niveles. Creando así una profundidad que genera
cierto vértigo. Un vértigo que caracteriza también a otros poemas de este
libro.”
Viajemos en
ese vértigo.
Digo yo:
La despedida
de un baile.
Tiene el tango tal vitalidad, es
tan fecundo que podría compararse con un río. No se puede uno bañar dos veces
en las mismas aguas. No se puede bailar igual un tango que el siguiente.
El final de un tango nos hace
sentir orgullo, satisfacción por la culminación de un reto que hemos sabido
afrontar. Y al mismo tiempo pena por su acabamiento.
Hemos oído muchas veces hablar
del vacío en el que se encuentran los creadores de cualquier obra cuando la
terminan y ese vacío aumenta con la calidad de lo que hicieron.
El diálogo
con la persona querida.
El tango es una conversación con
el otro. Se ha dicho que cada pieza es una historia de amor. Y es verdad. La
catarsis del tango está en que el compañero generosamente nos presta su imagen
para que en tres minutos hablemos de tú a tú con nosotros mismos. Es la
“representación” de una historia de amor y por ello, para que el tango sea
tango, estará blindada de cualquier transferencia hacia el otro.
Los actores saben bien del
peligro que supone confundirse con su personaje.
En la relación íntima también
está el peligro de invadir el terreno del otro. En un momento que se nos escapó
cambiamos la idea “Querer a” “Te quiero
a ti” por “Querer de” “Quiero esto de ti”.
Si
un día fui un cielo, ¿por qué hoy soy un infierno?
Si
un día fui un héroe, ¿por qué hoy soy un ogro?
Yo no he cambiado (diría
cualquiera de los dos protagonistas)
Y
es verdad.
El diálogo
por el propio amor de uno.
Es el único diálogo real que
existe, el diálogo con uno mismo. Todo lo demás son proyecciones. Descubrir
esos dragones y vencer las dificultades en las que esa luz nos sitúa es un reto
que precisa de toda nuestra vida. Hasta el final.
Hemos hablado de tres finales.
El final de un aspecto (un baile); el final de una relación amorosa (el diálogo
con la persona amada) y el compromiso con uno mismo de recorrer hasta el final
su propia historia, hasta el último día de su vida.
Os contaré un secreto que
descubrí en El Tango con Darío. En el centro está la conciencia. Cuando
llegamos al final, esta gran amiga, la conciencia, nos guarda una sorpresa.
Os aseguro que hay una para cada
uno
Un torrente de posibilidades en
la forma de bailar, de interpretar qué nos sugiere en cada momento cada tango.
Para este viaje necesitamos ponernos de acuerdo en el lenguaje. Por lo
menos, que sepáis en qué paisaje me muevo.
A un lado el ritmo y al otro la melodía.
Allá, junto al ritmo, el cuerpo con todas sus
necesidades.
Para escuchar la melodía, la idea como
elevación.
Las necesidades humanas sujetas al ritmo de
sus derechos.
La melodía de la libertad individual.
Repasemos:
El ritmo y la melodía.
El soma y la psique
Los derechos humanos y la individualidad
Se dice que cada tango es una
historia de amor.
La historia es una sucesión de
momentos y cada momento tiene su tiempo. Se nace y se muere. Lo que termina es
porque ha empezado y todo comienzo indica un final previo.
Cuando
una historia de amor termina ¿por qué pretendemos convencernos de que no hubo
amor?
¿Por
qué las arrugas de un anciano rostro podrían negar que ayer, ese rostro, fue
joven?
Dice Darío: “Un minuto contigo y después la muerte”
El enamoramiento es un estado de gracia en el que
nos vemos completos. Por un minuto
acariciamos nuestra individualidad, entramos en el nirvana. Pero no es posible
retener "a voluntad" esa emoción. El río de la vida traza su curso y
hay que recorrerlo desde su nacimiento hasta la playa. Resulta complicado
mantener el equilibrio de nuestra frágil nave. El tango nos da su clave.… no
invadir espacios… dos soledades que se abrazan…no detenerse en los errores del
otro… escuchar…
Cuando decimos o cuando nos dicen: "ya no estoy
enamorado de ti", queremos decir "no tengo luz". Desde esta
perspectiva no me veo. No puedo seguir en mí. Estoy ciego. Si yo quiero irme de
allí porque ya no me veo, me resultará sencillo entender que el otro se fue
para no perderse y dejaré de reprocharle que lo hiciera.
Dice Rojas
Marco que la tristeza y el miedo son los ladrones de la felicidad.
Hay épocas de
crecimiento en las que necesitamos nuevos aportes vitales y estos aportes solo
se consiguen respondiendo correctamente a los nuevos retos. ¿Pero quién nos
indica cómo hacerlo, si la actitud correcta requiere un espacio que aparece
cuando adoptamos esa actitud correcta?
¿Podríamos
decir algo como esto?
Hemos recorrido juntos un largo
camino y dibujado una vida en común felizmente fecunda.
En la última etapa hubo un cambio
imperceptible de vía que nos ha situado en paisajes distintos.
Tenemos dos cristales. Donde uno
ve monte, el otro dibuja una llanura y no hay forma de lograr un acuerdo entre
dos realidades que se incomunican por los torpes reproches al otro que solo
quiere seguir su camino.
A primera vista no se entiende
nada. Desde lejos no se ve la realidad de lo que ocurre y hay que acercarse a
todos y cada uno de los hilos para ver donde se formó el nudo de esta historia.
Deberíamos, serenamente, desandar lo andado, para encontrar el momento en el
que nuestro jefe de estación cambió las vías.
El amor es el bailarín más
experto en cuyos brazos solo una cosa se puede hacer: ver lo que se hace. Para
conseguir esta lucidez nuestra naturaleza hará lo imposible. El conflicto está
en que a nadie le es permitido sustituir al otro en su trayecto. Es cada uno,
en primera persona, quien debe tomar las riendas de su vida, asumiendo
cualquier riesgo.
En mi equipaje tengo la certeza
de que se ama sin pedir nada a cambio. Mas aún, recordando que nos dieron sin
estar obligados. Que somos mendigos del amor y que el empleo es fijo. Que se
quiere sin red y ese es el riesgo.
Recíprocamente, el destino nos guarda un lugar
preferente en nuestro centro, al que siempre podemos retornar. Solo en ese giro
hacia la inocencia que guarda nuestra propia imagen, podremos descubrir en qué
momento se dio la vuelta Eros, para “alejarse un poco” y protegernos de aquella
seducción que pudiera despistarnos demasiado de nosotros mismos.
En la bondad de la vida ya
estamos encontrados.
¿Por
favor, me das algo?
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