Cómo
vi ese concierto
Suena la
joven orquesta nacional interpretando el Bolero de Ravel.
En la última
fila fagotes, trombos y trompetas esperan el momento para subrayar el ascenso
conseguido. La percusión interviene reconduciendo la melodía que por un momento
parecía querer volar. El latido de un poderoso corazón devuelve la pasión a su
cauce y da comienzo otra frase.
Pero yo no estoy fina.
El volumen
se me hace insoportable porque algo ha ocurrido. Una de estas primeras notas
tropezó en el estribo de mi oído que a su vez golpeó al martillo. Éste
explicitó una sonora protesta por considerarse el único con capacidad de
golpear, para lo cual derribó a un asustadizo yunque que cayó por el caracol y
ya no hubo escalera capaz de rescatarle.
En esas condiciones
acústicas no podía unirme a la opinión general que expresaba alegría porque esa
joven orquesta hubiese dejado de ser una promesa. Si ellos habían conseguido lo
que prometieron, a mí ¿qué me pasaba?
Interpretaron a Ravel en la segunda parte.
No era un
buen apoyo (en mi caso) para reflexionar, por muy cerca que estuviera este
compositor de los meditativos. Pero no quise dar la nota y aproveche el
comienzo de aquel, casi imperceptible temblor de los palillos para intentar
localizar, como un zahorí, el origen de tamaño desajuste.
En tono tranquilo, desarrolló la frase un instrumento de viento
Una de las
valiosas aportaciones que hace Matilde Ras al mundo grafológico es incorporar
al pensamiento interpretativo el símbolo del aire. (Respiran los óvalos
abiertos mostrando confianza en sí mismos).
Yo estaba cerrada
Seguía el
concierto. Una vez más, escuchamos ese corto y reiterativo pasaje musical,
reforzado, esta vez, por las cuerdas que parecían decirme: "el mal genio
aparece como un dique en tu puerta".
Y yo, como defensa, me distraía.
La orquesta
subía, poco a poco, el tono. La partitura no era tal, sino un mensaje monocorde
que no dejaba escapar a nadie de su disciplina. Todos tenían que decir lo mismo
aumentando proporcionalmente el volumen.
Cuando los
de la última fila se resarcieron, haciéndome oír en unos pocos, pero fortísimos
compases, todo lo que no habían hablado hasta entonces, creí no poder
contenerme. Fue un esfuerzo no chillar ¡basta! ¡no puedo más!
Pero ese
esfuerzo abrió una puerta. Salió, como alma que lleva el diablo, un no sé qué,
pero que me permitió escuchar el agradecimiento general a nuestra joven
orquesta. Las manos revoloteaban y no sabría decir si el aire fresco que se
respiraba salía de aquel palmoteo o de las abiertas sonrisas que manifestaban su
aprobación por ese sobresaliente concierto.
Desde hoy escucharé a Ravel con otros ojos.