12 de mayo de1979
A María, mi hija,
(la que más se parece a mi niña interior)
Mi niña está contenta. El regalo
de un pequeño telar dibujó en su carita una nueva expresión de gozo. Sentada
bajo un árbol, con una seriedad para mí desconocida, teje algún misterio.
Un muchacho que vive al otro lado (diferente
por contrahecho) se le acerca. Adelanta sus retorcidas manos y mi pequeña
deposita en ellas su tesoro. En un abrir y cerrar de ojos aquella criatura le
devuelve un amasijo irreconocible de lo que antes fue un encaje. Con la
seguridad de protegerla, he gritado ¡fuera! (aunque el pobre pequeño había
iniciado ya una frenética carrera).
Pero... ¡ay! ¿Quién entiende a los
niños?
Con los ojos llenos de lágrimas me
reprocha que le haya asustado. "¿No ves (me riñe), que también él quería
enseñarme lo suyo?" y ha salido corriendo a buscarle, dejándome a mí con
un triste sabor, mezcla de torpeza, crueldad y miedo. Pero
¿quién entiende a
los niños?
Un poco más tarde se me acerca mi
niña, mientras su compañero de juegos permanece oculto tras un árbol. Después
de mirarme seriamente, deposita en el suelo su caja de madera y saca los trozos
de un dibujo que el otro día (no me acuerdo por qué), le rompí. Extiende en la
hierba aquellos pedacitos de papel y con una sonrisa me pregunta: ¿era éste tu tesoro? ¿también tú
querías enseñármelo? Y los dos se me ríen, dándome tiempo
a que teatralice un perdón que al final consigo regalarme.
¡Qué
bien nos entienden los niños!
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