Leo un texto sobre la amistad en el que un padre aconseja a su hijo que
pruebe a sus amigos, ya que según él éstos desaparecen cuando las
circunstancias se tornan difíciles. “¿Cómo me aconsejas probarlos? El anciano
árabe le dio esta fórmula: “Pon en un saco un ternero muerto y partido en
pedazos, de modo que el saco quede sucio de sangre por fuera, y cuando llegues
a casa del amigo dile:
“Querido
amigo, mate involuntariamente a un hombre; te suplico que lo entierres en
secreto, pues nadie sospechará de ti y, en cambio, a mí podrás así salvarme”.
“El primer amigo al
que acudió le dijo:
“Llévate
ese muerto a cuestas; puesto que hiciste un mal, sufre el castigo. No entrarás
en mi casa.”
Según el relato, todos
sus amigos respondieron igual, y padre e hijo dedujeron que era cierto lo que
“dice un filósofo: muchos son los amigos, mientras lo son de nombre, pero pocos
lo son en la necesidad”.
***
Pienso
en ese hombre muerto “involuntariamente” y en su familia. ¿A quien reclamarán?
Imagino
los rostros asombrados de esos cien amigos que se ven violentados a aceptar ese
imperativo. ¿Quién les echaría una mano en los problemas derivados de ese error,
si quien fue responsable se quita el “muerto”?
Me
imagino cometiendo una equivocación, provocando “involuntariamente” una muerte,
haciendo daño sin querer por no saber cómo evitarlo.
¿A
quien le pediría que asumiera lo que yo no quiero para mí? Si lo hiciera, ¿me
sentiría bien?
¿Desde
qué amistad se le puede decir a un amigo que no lo es? ¿Tenemos todos los datos
para que esa sentencia contra él no sea un pre-juicio?
Me
parece más amistoso admitir que si reprocho una falta en la amistad, lo que
realmente descubro es mi falta de amistad por esa queja.
El
amigo es una proyección adelantada de nuestro espacio más íntimo. Ser. Y somos
en la medida que los demás pueden serlo con nosotros o también, sabiendo
distanciarnos de los demás para que sean.
No hay comentarios:
Publicar un comentario