Una velada elevada al cubo
Desierto:
Llanura
enorme. Llamas. Saharahuis con
turbantes corriendo. Tienen sed y van a
beber agua.
Cubo:
(1m x
1m) Madera blanca y está sobre un
pilar, porque si no no se vería. Al
comienzo del desierto, donde hay ruinas romanas y todo eso...
Escalera:
Al otro
lado de la columna. Hay caballetes y muebles. La veo allí, blanca y de madera.
Caballo:
Rojizo,
tirando a marrón. Está parado con un caballista a tiempo de montarse. Hay gente
por allí y está entre el cubo y la escalera.
Tormenta:
Está todo en calma.
Flores:
Hay un
puesto de cosas antiguas, gente... hay muchas flores raras y silvestres.
Tenemos sensación de estar siempre velando.
El desierto y nosotras somos incompatibles. Garantizado el alimento por los
siglos, en la maleta llevamos un oasis. Sabemos contarle a la tormenta un
cuento para que no haga ruido y así no despertar a quien descansa. Sin duda,
somos hospitalarias.
Pero miremos más al fondo en esta
"vela". Nos llama la atención que alguien nos llama (con tanta gente
resultará difícil encontrarse). Le seguimos la pista a esa voz conocida que
late y tararea sin que dé con el ritmo. (No "damos", no encontramos,
porque miramos fuera).
Dejemos que se acerque.
Mas tarde o más temprano descubriremos ser
nosotras quien pronunciamos: ¡Julia!.
***
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