Desierto:
Plano, sin
límites. Algún cactus lejano. Suelo denso. Ni una nube. Sol aplacador. Algún
insecto.
Cubo:
Medio metro
de lado. Acero inoxidable. Mate. Macizo. Más pesado que el acero. Clavado por
un vértice asimétricamente. Esto me molesta. Preferiría que estuviese plano. También
me incomoda el polvo que tiene.
Escalera:
De acero inoxidable brillante. De un cuerpo. Plana. En
el suelo. Desde donde está no puedo ver
el cubo. Es de perfiles huecos, soldados. Inmaculada su terminación.
Escalones redondos, de unos setenta cms. De ancho y tres mts. De altura. No se
mueve fácil. Me pregunto si en su
prolongación tocaría el cubo.
Caballo:
Sentado veo que viene. No sé si me ve o no. No sabe
dónde está. Está tranquilo. Color
pardo oscuro. Tiene espumilla en la boca. De aspecto vulgar, lo contemplo con
pasividad. No me emociona. Veo las huellas.
Me olvido.
Tormenta:
Al lado de la escalera. El viento no es fuerte, pero
mueve la arena fina. Me protejo los ojos y las narices. Me molesta bastante el choque de la arena en mis brazos. La
escalera desaparece debajo de la arena.
Flores:
Salen del cactus. Parecidas a las margaritas rojas. No
son más de dos. Lozanas, verdes, bonitas,
casi inverosímiles, desafiantes.
Disfruto contemplándolas.
***
“Cuando
el dedo señala la luna, quien no sabe mira el dedo”
No caeremos en esa trampa.
Sobredimensionamos los problemas y por ello nos protegimos tanto que no oímos
su voz cuando pasaba.
Para compensar queremos que nos vean desde un punto
imposible de mirar con otros ojos que no sean los nuestros.
¡Hasta cuándo dejaremos de ser, para que
sean otros!
¿Ves la luna?
Aceptamos la provocación y disfrutamos.
¡No parecía que estuvieses tan cerca!
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