Arena con dunas
Cubo: Metalizado. Acero inoxidable. 1m. arista. Primer plano. Apoyado en la arena.
Escalera:
De mano. Metálica. 2m. de altura. Pocos peldaños. Encajada en el suelo. Vertical. Cerca del cubo.
Caballo:
Blanco. Crines abundantes. Quieto, a cierta distancia. Segundo plano. Entre el horizonte y la escalera. Quieto. mirando hacia el primer plano.
Tormenta:
De arena. A lo lejos, sobre el horizonte.
Flores:
No hay
Qué extraña esta partida de ajedrez.
Nos habla de aquel rey que debía y no pudo pagar, por esa lógica de no saber contar.
Qué extraño recorrido el de un grano de trigo en un tablero.
Misterioso el destino que parece que habla y solo mira.
Y nos mira diciendo que hay que ganarle la partida al tiempo.
Nos habla de aquel rey que debía y no pudo pagar, por esa lógica de no saber contar.
Qué extraño recorrido el de un grano de trigo en un tablero.
Misterioso el destino que parece que habla y solo mira.
Y nos mira diciendo que hay que ganarle la partida al tiempo.
El
tiempo objetivo, sucesión matemática de días y años, marcados por los
movimientos de rotación y traslación de la Tierra, transcurre inexorable,
indiferente a lo que hagan los humanos. No juega al ajedrez.
El tiempo subjetivo, el de la experiencia
individual, acomoda su paso al devenir de la conciencia, se estira y se encoge
a la medida del yo y sus impulsos vitales. Jugar contra él es jugar contra sí
mismo.
El destino es como los dioses de Epicuro:
no existen y, si existieran, no se ocuparían de los hombres. El destino no
habla, ni siquiera mira.
A no ser que el destino sea la habilidad
del yo para llevar a cabo sus proyectos. En ese caso es uno mismo el que se
mira y se dice que hay que ganarle la partida al tiempo, es decir, a sí mismo.
Oír el silencio es oír la voz interior. Y
esa voz interior, alertada por María, dice que uno mismo es el jugador, el
rival, el tablero y la partida.
¿Tan extraña resulta?
***
No lo era, pero volvemos a encontrarnos en
el punto de partida. Preguntar lo que estaba ya resuelto ("extraño es
extranjero y no lo somos, diremos, pues, misterio")
nos coloca de nuevo en la salida. Pero acepto que exista un camino mejor para
ver totalmente ese paisaje que desde esa conclusión ("oír el silencio es
oír...) nos es tan conocido.
Calle San
Vicente de Paúl, 28
50001 Zaragoza
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