(Dibujo de Julia Corcuera)
Cuando yo era niña se me ocurrió pensar que una sonrisa podía cambiar la historia.
Imaginaba “un hombre hosco, de mal genio” (con suficiente poder para influir en el devenir cotidiano), cruzándose un día (en el que este caballero iba a tomar una decisión importante), con una “mujer feliz, de ojos brillantes” capaz de iluminar su lado oscuro. Ese cambio de humor suponía serenidad a la hora de resolver problemas y un ahorro en guerras.
Más tarde me di cuenta de que somos más complicados y que la agresividad necesita un pararrayos de mucha mayor envergadura.
Un tercer
tiempo me hizo “egoísta”. ¿Por qué renunciar a ningún aspecto por muy oscuro
que fuera?? ¿Por qué permitir que me asustara lo desconocido? Sabía que no me
era posible conocerlo todo, pero una idea fundamental, sí: “el mal no existe”.
La clave estaría en encontrar un ritmo en las secuencias de cualquier historia
desde donde poder acceder a la partitura entera.
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