(Zaragoza)
A Guillermo, desde Granada
Mayo-98
Érase una vez, mi querido Guille, un niño al que le crecieron los años. (Sólo los años).
Ocurrió así porque le obligaron (diremos las circunstancias) a vivir las penas de sus mayores. Tuvo que cuparse de duros trabajos y obligaciones impropias de su edad, no permitiéndole jugar. Jugar en el más amplio sentido de la palabra.
El juego es el espacio en el que el niño crece, activa todas sus potencias vitales y se desarrolla armoniosamente. Pero si no lo hace, lo único que avanza y se amontona es el tiempo.
Eso le pasó a este niño.
Los días se fueron acumulando y en un abrir y cerrar de ojos, como si fuera una broma del destino, se encontró con casi noventa años.
Veía a su alrededor niños como él, pero guapos, vitales y, sobre todo, jóvenes, y él no se reconocía en aquella fea imagen que le devolvían los espejos. Esta situación le irritaba y, peor aún, le daba miedo.
¿Alguien entendía su enfado? No.
Los demás interpretaban que era insolente, impertinente, caduco, que ya no quería participar en el emocionante juego de la vida y le dejaban solo.
Es ésta una dificil situación, y voy a dejar que el final lo cuentes tú. (También puedes ponerle nombre a ese niño).
Seguro que éste no es el último cuento que escribamos a medias.
Un especial abrazo
Mayo-98
Érase una vez, mi querido Guille, un niño al que le crecieron los años. (Sólo los años).
Ocurrió así porque le obligaron (diremos las circunstancias) a vivir las penas de sus mayores. Tuvo que cuparse de duros trabajos y obligaciones impropias de su edad, no permitiéndole jugar. Jugar en el más amplio sentido de la palabra.
El juego es el espacio en el que el niño crece, activa todas sus potencias vitales y se desarrolla armoniosamente. Pero si no lo hace, lo único que avanza y se amontona es el tiempo.
Eso le pasó a este niño.
Los días se fueron acumulando y en un abrir y cerrar de ojos, como si fuera una broma del destino, se encontró con casi noventa años.
Veía a su alrededor niños como él, pero guapos, vitales y, sobre todo, jóvenes, y él no se reconocía en aquella fea imagen que le devolvían los espejos. Esta situación le irritaba y, peor aún, le daba miedo.
¿Alguien entendía su enfado? No.
Los demás interpretaban que era insolente, impertinente, caduco, que ya no quería participar en el emocionante juego de la vida y le dejaban solo.
Es ésta una dificil situación, y voy a dejar que el final lo cuentes tú. (También puedes ponerle nombre a ese niño).
Seguro que éste no es el último cuento que escribamos a medias.
Un especial abrazo
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