PAISAJES AMIGOS
A lo largo
de los años, cada uno de nosotros vamos caminando en una dirección única que es el final de nuestros días.
Mientras este caminar es activo y ocupa los primeros años no nos damos cuenta
de lo rápido que pasa y solamente cuando ya hemos superado las tres cuartas
partes de nuestra vida, miramos hacia atrás y vemos lo que ha ocurrido y lo que
hemos valorado en ella.
En la infancia los juegos en el campo, el colegio y las
travesuras propias de cada edad lo llenan todo. Yo con frecuencia miro y me
duermo recordando anécdotas entrañables de esta parte de mi vida.
La adolescencia con menos libertad, pero no tan distinta de la
actual. Tus sueños, tus añoranzas, tus deseos de ver a ese chico que llega en
vacaciones y con el que no puedes apenas hablar porque el corazón se te sale
del pecho. Estos sentimientos no te los puede controlar una educación sexual
represiva.
La profesión elegida desde tu niñez y que se hace realidad
gracias al trabajo duro de tus padres y a tu propio esfuerzo. El primer trabajo
y el comienzo con veinte años del conocimiento de una vida nocturna en la
ciudad en la que llevas tres años y que no conoces. Nuevas amistades, muy, muy
especiales, que en estos años y durante las guardias nocturnas se van
consolidando, lo mismo que el conocimiento de la realidad de tu país y que en
casa apenas te han comentado. Las primeras octavillas contra un régimen
totalitario las carreras delante de los “grises”, las pelotas de goma y las
bombas de humo.
A la vez conoces personas del mismo talante pero con distintas
actividades, entrañables tertulias en cafeterías o domicilios particulares.
Sábados agradables entorno a un batido de vainilla y plátano. Conocimiento del
que sería, es y será el
amor de tu vida.
La prodigiosa década de los treinta, conocer definitivamente el
amor y el precioso alumbramiento de mis hijos.
Los amigos, esos de las tertulias, ahora vienen a casa y se
quedan hasta tarde para que nuestros niños estuviesen en sus camitas
descansando.
Nuestras acampadas libres en el valle de Pineta durante una
semana de agosto, con el cafecito y la tertulia con nuevos amigos entorno a la
hoguera.
Un desarrollo profesional satisfactorio y muy motivado tanto por
mi pareja como por las personas con
las que trabajaba. Una vida feliz solo salpicada a partir de los cuarenta por
los sucesivos ingresos hospitalarios de mis padres, esos padres que lucharon
tanto por mí y a los que yo ahora debía cuidar.
Pero pasa el tiempo y las cosas se van complicando, la vida no
es fácil o no la hacemos fácil. Los padres se han hecho muy mayores los hijos
han crecido y pasado por diversas etapas.
Llega un día en cual todo cambia, y te encuentras sola y son tus
hijos y el trabajo los que te sostienen. Ahora los padres ya se fueron y quedan
ellos y ese hermano tan preocupado siempre por lo que te pueda ocurrir.
Tu carrera profesional se ha hecho añicos por personas que no
valoran el trabajo, sino lo que parece o se debe aparentar. Sientes que te
hundes en un pozo oscuro del que no tienes interés en salir.
Tus hijos, tu hermano, tu familia, tira de ti, y sólo ellos
saben del sufrimiento que te carcome.
Pero los amigos siguen allí. Ya son pocos, ya sólo es una la que permanentemente te llama y le
pides que no te agobie, que ya no quieres salir que ya todo se ha desvanecido.
Ella, aquella chica rubia de cabello
rizado y siempre con los mismos pantalones de pana, Aquella a la cual en el
inicio rechazabas, esa permanece incondicional a tu lado.
Te sigue llamando y se preocupa por el bienestar de tus hijos y del tuyo
propio. Siempre con una sonrisa y nunca reprochando nada a esa persona que ella
sabe quién es, va dedicado este repaso rápido de mi vida,
Pirene
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