-Ya no echa agua como antes, decía uno.
-Ahora más que brotar, se resbala por la fuente, contestaba otro.
-Y no se comporta igual el agua, terciaba un tercero
Así eran los comentarios alrededor de la fuente que había cambiado su comportamiento en los últimos tiempos. Todo eran conjeturas, todos los que pasaban, no podían evitar una mirada de dulzura y una expresión de incertidumbre, de asombro en sus caras.
-¿Por qué ha pasado esto? ¿Cómo se ha llegado a esta situación?
Eran las preguntas más repetidas, aunque habría que comenzar por el principio, como casi siempre, para llegar a entenderlo.
Entre los dominios de tercero, quinto y cuarto, dos años antes de la era zagaliana, apareció una fuente de la que manaba un agua, no te digo, iba a ser moscatel con sardinas, que según decían tenía poderes mágicos. Hacía reír a quien la probaba, transmitía energía positiva, despertaba sueños, contaba cuentos, daba patadas, no, jugaba al fútbol, tenía mucha gente, escuchaba, vamos la repera en bicicleta, aún es más, decían algunas lenguas, que en las noches de luna llena, contaba chistes, pero esto no está confirmado, como tampoco si quitaba la sed.
Muchas personas se acercaban a ella con todo tipo de cacharros desde botijos hasta las propias manos. Ollas, cantimploras, hojas de papel, escritos, cuchicheos, conversaciones sotto voce, conspiraciones, viajes, vasos, jícaras, tazas, tazones, no vale hacer rimas,… formaban los elementos de los que se servían para obtener los beneficios de dicha fuente.
Le hicieron innumerables análisis, morfológicos, sintácticos y de los otros. Encontraron restos del Portillo, de maristas, del Camino de las Torres, de balonazos, de pozas e ibones del Pirineo, de muchos niños, de malempleada caligrafía, una vez, uno halló un resto de playa, pero no está perfectamente documentado, de avisos, sufrirás del estómago, vaya con los adivinos, hasta restos de barba y pipa. Con estos antecedentes, está claro que no pudieron conseguir el certificado para poder embotellarla.
Mientras seguía brotando alegre y feliz, la transportaron a otro pasillo y continuó con los cursos de conducción de silla de ruedas, sobre todo los domingos por la tarde, produciendo ilusiones y disfrutando con sus seres queridos, hasta que llegamos a la situación actual, donde, como decíamos al principio, salía poca y no era de la misma calidad. Era una verdad a medias, es cierto que manaba menos, pero la calidad no estaba en el agua en sí, sino en quien la tomaba. Algo ya descubierto en un noctámbulo congreso, donde después de muchas divagaciones, fumaciones, libaciones y demás “ones” se llegó a la conclusión que “donde no hay mata, no hay patata”.
A su vez continuaban las explicaciones, unos decían que se debía a una oclusión en las cañerías, otros que se habían vaciado los acuíferos y hasta la llegada de las próximas nieves, no se solucionaría, otros que al cambio climático, faltaría más, otros lo relacionaban con la desaparición de los dinosaurios, casi nada, hasta alguna voz clamó con la crisis, como no sea la de pensamiento…
Una mañana no estaba. En su lugar apareció un triángulo pequeñito verde fosforito.
-¡Claro, ya está! Se la ha llevado la grúa.
-Como no estaba bien aparcada…
-No habría sacado el ticket de aparcamiento.
-¡Qué afán recaudatorio que tiene este Ayuntamiento!
Se acercaron al triangulito y leyeron:
CONFIESO QUE HE VIVIDO
Yo me encuentro entre aquéllos que se acercaron a esa entrañable fuente. Me llamó la atención que el agua no era “bendita” sino de manantial. Que no tuvieron que reciclar ninguna contaminación “original” porque llegaba directamente de la naturaleza y la naturaleza, como se sabe es “buena por naturaleza” y no valen discusiones.
Además de todas las personas de las que habla el autor, a esa fuente la rodeaban unas presencias que sólo ven los niños: gnomos, hadas, janas, ijanas, trastolillos y todos los etcéteras que son quienes alimentan la imaginación. Estoy segura de que fue alguno de ellos quien dejó un libro para mí.
Hablaba ese libro de otra fuente/manantial que derramaba ideas vitales y, como la otra, aumentaba la sed de conocimiento.
Fuentecarlos y Olof Palme adoraban las bicicletas. Ambos dos eran libres y querían viajar en sus convicciones sin obligar a nadie a comulgar con esas dos ruedas en las que demostraban su equilibrio vital.
Olor Palme se fue. Carlos también. María y quien lea esto nos iremos en una fecha que ya está escrita aunque no hayamos abierto el sobre que cerrará una puerta y abrirá otra. Pero no es lo mismo tener que pedir auxilio y perdón por haber vivido, que “confesar” con ese cariño con el que hemos tratado a la vida que la daríamos entera para evitar el menor sufrimiento a quienes queremos. Quienes nos quieren, por supuesto, harían lo mismo.
Querido Carlos, te acompaño. Esa grúa igual quiere quedarse contigo para ella sola y Nieves, Carlos, tu amigos y amigas no lo vamos a permitir.
Confieso que os quiero a los tres y a ella (la cuarta) por querer a tu hijo.
María.
P.D. Querido Carlos, ha sido un regalo haberte conocido.