No podía entender que mi abuela hiciera
trampas jugando a las cartas y me enfadaba.
Los
enfados infantiles llevan incorporado un elemento teatral indispensable para el
aprendizaje de los códigos adultos y aunque me prometía no volver a jugar con
Teresa, siempre acababa accediendo a una nueva partida.
Años
más tarde volví a experimentar esa falta de generosidad de quien no soporta la
soledad del segundo puesto.
Este
ejercicio de pasear por un paisaje hostil descubría mis hostilidades y conseguí acercarme a ellas.
Resultó
que a “ellas” la soledad les asustaba y esa era la razón de ponerse en
guardia.
Dejaron
de ser impertinentes al sentirse acompañadas.
Gracias,
abuela.
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