Me gusta reflexionar, incluso
discutir (no reñir). Todo menos los “cuchicheos” en tono peyorativo. Esa forma
de crítica me parece negativa y sobre todo nos desgasta a todos.
Cualquier toma de decisiones que
implica una determinada actuación desencadena opiniones ajenas y éstas pueden
ser a favor o en contra.
Dirigir el rumbo de un colectivo,
es delicado. Las ideas pueden ser estupendas, pero se tiene que contar con
quienes van a interpretarlas.
Se podría poner el ejemplo de una
película. El guión puede ser magnífico y los actores estupendos. En ese caso
será un éxito. Pero se pueden dar otras combinaciones: que el guión sea bueno y
los actores malos o al revés. Que el guión se ajuste a las limitaciones de los
actores y este equilibrio produzca una excelente película, aunque no sea un
best seller. Que no haya suficientes actores para la historia que se propone y
hay que doblar papeles. Que sobren actores y en ese caso debería sobrar ese
guión. Se podría seguir matizando.
Para hacer un viaje en coche se
necesita gasolina, además del coche, pero sobre todo viajeros que estén de
acuerdo con el itinerario.
Todo esto para leeros una
reflexión de George Devereux sobre la empresa más fundamental de nuestra
sociedad: el niño.
“Como los especialistas del
comportamiento infantil son, además, miembros adultos de una cultura que se
preocupa menos por definir lo que es el niño en sí mismo y cómo se comporta,
que por especificar lo que “debería ser” y obligarlo a portarse
convenientemente, numerosas nociones en apariencia científicas, referentes al
comportamiento infantil auténtico, no son en definitiva mas que proyecciones
emitidas por el adulto con un fin interesado. No llegaremos a una formulación
válida de la teoría ontogénica de los síntomas más que cuando establezcamos
-¡por fin!- un esquema culturalmente neutro y realmente desinteresado del
comportamiento infantil.”
Entre ser mecánico y notario hay
una diferencia de clases notable. Cualquier padre quisiera para su hijo lo
segundo. Error. Lo que debe quererse es que el niño se quiera en lo que hace,
sea arreglar coches o dar fe con su firma.
Ahí está la clave. Saber cómo se
comportan los demás y provocar que den lo mejor de sí mismos como sociedad.
Eliminar las proyecciones de “cómo deberían ser” y obligarles a portarse de
acuerdo con un programa que tiene un fin interesado. Aunque ese fin puede parecer a primera vista
el destino ideal.
Lo ideal es que sepamos danzar con las ideas.
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