Se repite esta secuencia muchas veces. Te pido un abracico, me dices que no y mi respuesta es: “No importa, guárdamelo en tu corazón”. Llevas tu manita cerrada hasta el pecho y las dos nos quedamos conformes. De vez en cuando rectificas enseguida diciéndome: “¡Que ya tengo!” y me das un abrazo especial.
Cuando jugamos las dos y tú repartes los juguetes, me sorprende que al final yo me quedo sin nada y tú lo acaparas todo. Me río porque entiendo “la jugada”. Lo que realmente quieres es saber desenvolverte como yo, dominar, y al ser tan pequeña piensas que ese saber está en los muñecos. Por eso te los quedas todos.
En ti está bien esa infantil injusticia, porque estás aprendiendo a conocerte y para ello la comprensión de los adultos es fundamental. Pero cuando el poder juega cono nosotros, deberíamos dejarles solos.
El otro día me emocionaste de tal manera que me sigue acompañando desde entonces ese suplemento de alegría.
Estábamos esperando a tu madre. Llegó y te abrazaste a ella. Me acerqué a las dos. Te supliqué: “¿Julia, me das a mí un abracico?” y volviste a decirme: No. Repetí una vez más el mantra: “Guárdamelo en tu corazón”, pero algo pasó.
No había acabado la frase cuando dijiste de forma natural: “Podemos abrazarnos las tres”. Y mi abrazo a las dos hizo realidad tu sentido común.
Tan solo tienes dos años y medio. A esa edad no tenemos capacidad de reflexión.
Deduzco que la solidaridad nace con el ser humano. Si carecemos de ella, como sociedad, quiere decir que en algún momento nos la hemos cargado y ese debería ser el peor de los delitos.
Gracias, pequeña, por enseñarme que no tenemos que ser juguetes de nadie.
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