Esa Voz
¡Por favor, ayúdenme!
¿No había nadie cerca?
Yo quería ayudar pero estaba tan débil que era empresa imposible levantarme y tomar cualquier iniciativa.
Aquella mujer seguía pidiendo socorro,
cada vez más cerca de mí.
Tenía que hacer algo, sobreponerme a esa
fatiga y encontrar la forma de unir mi voz a la suya.
Finalmente pude hacerlo, y en ese
momento, cuando ya pude gritar con ella, se me desveló que esa voz era la mía.
Para contarte con qué amorosidad se
cobijo en mí ese yo abandonado y cómo abrió la puerta a la alegría, se necesita
ese espacio que nos presta el amor.
El
misterio es que solo hay una puerta y es de entrada.
*
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