Querido amigo. El teléfono no es
suficiente para acompañaros en estos tristísimos momentos. El abrazo en directo
hubiera sido lo ideal, pero no ha podido ser. Por eso te escribo esta carta.
Hace muchos años que mantuvimos una
correspondencia entrañable, de la que guardo como recuerdo aquel libro que me
regalaste con las páginas en blanco.
Así es la vida. Somos sus páginas
en las que vamos contándole cómo somos, cómo estamos, qué queremos, qué nos
hace falta… Ella, la vida, en el momento
que considera oportuno pone el FIN a nuestro relato.
El dolor por la muerte de un
hijo, compañero, padre, hermano, primo, sobrino, amigo, es inevitable y hay que
vivirlo (no se puede de otra manera) en primera persona. Ese duelo tiene un ciclo
que poco a poco se cumplirá. Para que transcurra por buen camino tendremos en
cuenta que la tristeza por su pérdida es nuestra porque nos deja un vacío, pero
él, seguro, estará bien. En estos momentos vivía una etapa feliz y eso es lo que
deberemos recordar junto a la pena de su ausencia. Seguro que él lo querría
así.
Podemos ser creyentes y entonces
imaginarlo en el cielo. O no serlo e imaginar que está en su cielo
porque él lo era.
Querido amigo, la vida de cada
uno es un guión en el que hay momentos difíciles, alegres, complicados, felices
y solo uno puede entender completamente su vida. Superar los problemas
asumiendo nuestra responsabilidad es de campeones. Tú has sido uno de ellos.
Para tus padres un punto de apoyo extraordinario.
La distancia supone un
impedimento para la comunicación. Pocas cosas pueden sustituir al gesto, la
sonrisa, el abrazo, pero una de ellas es la memoria, el recuerdo de tantas
vivencias compartidas por nuestra familia y que están grabadas en nuestros
corazones.
Un fuerte, fuerte abrazo para
todos vosotros de todos nosotros, desde ese corazón que nos une.
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