Ribera del Ebro (Zaragoza)
Mi niña está contenta.
El regalo de un pequeño telar dibujó en su carita una nueva expresión de gozo.
Sentada bajo un árbol, con una seriedad desconocida, teje algún misterio.
Un muchacho que vive al otro lado (diferente de la norma), sale a su encuentro; adelanta sus retorcidas manos y mi pequeña deposita en ellas su tesoro. En un abrir y cerrar de ojos aquella criatura le devuelve un amasijo irreconocible de lo que antes fue un encaje.
Creyendo protegerla, he gritado: ¡fuera! (aunque el pobre pequeño, asustado por mi expresión, había iniciado ya una frenética carrera).
Pero... ¡ay! ¿Quién entiende a los niños?
Con los ojos llenos de lágrimas me reprocha que le haya asustado. "¿No ves (me riñe), que también él quería enseñarme lo suyo?" y ha salido corriendo a buscarle, dejándome a mí con un triste sabor, mezcla de torpeza, crueldad y miedo.
Un poco más tarde se me acerca, mientras su compañero de juegos permanece oculto tras un árbol.
Después de mirarme seriamente, deposita en el suelo su caja de madera y saca los trozos de un dibujo que el otro día (no me acuerdo por qué), le rompí. Extiende en la hierba aquellos pedacitos de papel y con una enternecedora sonrisa me pregunta: ¿era éste tu tesoro? ¿también tú querías enseñármelo?
¡Qué bien nos entienden los niños!
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