Una voz nos atrae y vamos hacia su ribera en la frágil embarcación que apenas nos protege.
Es paradójico.
Si la nave fuera más fuerte, tendríamos una mayor autonomía para oponernos a transitar por esas aguas de peligroso aspecto y podríamos elegir un camino más fácil. Pero ¡ay! en ese atajo habitan las sirenas.
Aceptar nuestra fragilidad supone asumir la propuesta de la naturaleza y dar cobijo a esos aspectos que han perdido su hogar.
En esa generosidad se oculta el destino. Llega envuelto en la sorpresa de encontrar lo que siempre habíamos esperado. Escuchar, pronunciado por nosotros, nuestro nombre.
2 comentarios:
Muy cierto, María. Qué bonita reflexión.
Un fuerte abrazo,
David
Gracias, David.
Otro para ti.
María
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