jueves, 7 de marzo de 2019

EL TANGO CON DARÍO-FNAC, Zaragoza, 25/6/2002








Presentación del libro El tango con Darío
Antonio García-Olivares


Venimos a presentar un libro que hasta hoy, sólo habíamos tenido el privilegio de conocer algunos tangueros de Zaragoza y personas cercanas a María. Y que hoy, gracias a la iniciativa y al buen gusto de esta casa, podemos presentar a un público mucho más amplio.

Si tuviera que definir a este libro, diría que es un libro feliz, como muchas veces ha subrayado su autora; y que tiene la magia de hablar desde la propia voz del que lo lee.

Quizás porque no trata sólo de expresar, sino también de danzar con quien lo lee, con quien lo incorpora a su propia vida.


Contenido del libro.

Podríamos decir que este libro surgió del amor de María por el tango. Pero hay mucho más que eso. Con igual seguridad, podríamos decir que surgió también de su amor por su compañero. Pero cuando leemos el libro, vemos de inmediato que su tema es más general: es el amor por la vida. Un amor (por la vida) que sería imposible sin un aprecio sincero de la autora, por su propio vivir.

De manera que, me atrevería a decir, este libro nos habla de un amor cuádruple:
-por el tango, como metáfora de la vida;
-por su compañero, como metáfora del propio amor;
-por la forma humana de vivir;
-y finalmente, nos habla del respeto por uno, como modelo de cómo se puede vivir y cómo se puede uno relacionar.

Por ello, estos 68 poemas en verso blanco que componen el libro, pueden ser leídos, como mínimo, creo, en 4 registros, o niveles diferentes:

1.- Como una gran metáfora sobre la danza del tango
2.- Como una metáfora de la vida humana
3.- Como una exploración de los dos principios del amor: el principio activo, y el principio receptivo, que todos llevamos dentro.
4.- Finalmente, puede ser leído como una gran metáfora sobre uno mismo.

Sin embargo, tal como dice uno de los poemas del libro, El cuatro es el uno en retorno. Al igual que lo es la figura básica del tango (el cuadrado). Es decir, que los mismos juegos de espera, de equilibrio y de deseo, se pueden encontrar en los cuatro niveles citados.

La mayoría de los poemas de este libro son un tanto inquietantes, y yo creo que ello se debe a que conservan ese sentido multivalente (precisamente). Tomemos por ejemplo, el poema que cierra prácticamente el libro, el titulado "El Final". Y vamos a oir qué le dice la autora a su propio amor:

Le dice:

Ya llegan, mi cariño, los últimos compases
el final ... ese lecho.
Sé generoso, amor, y no me llames.
No te pierdas.
Silencio.

Yo al menos, no puedo evitar oir a la vez 4 cosas en este poema:

-En primer lugar, la despedida de un baile.
-En segundo lugar, el diálogo con la persona querida
-En tercer lugar, podemos interpretarlo como el diálogo con el propio amor de uno
-Pero también podemos ver en el poema a una persona despidiéndose de la vida (!). Esto es, la despedida final de una vida humana...

Por eso, no puedo evitar que me resulte inquietante, como muchos otros poemas de este libro. Porque lo que se dice en cada nivel está sirviendo de campo metafórico para los otros niveles. Creando así una profundidad que genera cierto vértigo. Un vértigo que caracteriza también a otros poemas de este libro.


La mirada pura.

Acerquémonos ahora al estilo de la poesía de María:

La poesía de maría es muy pura. A mí me recuerda a Juan Ramón en esa expresión sencilla y minimalista, y que da la impresión de que la autora creara casi sin esforzarse.

Ezra Pound y su escuela (los "imagistas" traducen algunos), tenían también algo de ese minimalismo: no escribir nada que no surgiera de una imagen simple pero poderosa, que se apodera del autor, y que no precisaba de mil palabras para expresarse, sino a veces de una sóla. La poesía de María tiene algo de ese imagismo, con esa centralidad de las imágenes...

Y como apuntaba Darío (la persona a la que está dedicado este libro), también podríamos caracterizar la poesía de María como una forma contemporánea de poesía gnómica. Como aquella que cultivaron los antiguos griegos y los gnósticos, para expresar profundos mensajes éticos en una forma condensada.

Sin embargo, en María, esta poesía gnómica asume la forma, no de un aforismo moralizante, sino de una intuición directa, más cercana por tanto a los haikus orientales que a la poesía aforística occidental.

Por ello, y continuando con este juego de buscar aires de familia con otras formas poéticas (lo cual para mí tiene un interés muy relativo), yo creo que la poesía de María estaría en algún lugar entre esos 3 polos:

-la mirada pura de un niño, que buscaba Juan Ramón;
-la mirada ascéticamente depurada (de hojarasca) que buscaban los imagistas;
-y la mirada meditativa, e incluso iluminada, de los creadores de haikus del Lejano Oriente.

Yo pienso que la pureza de esta poesía es consecuencia, de la sencillez de la propia mirada de la autora. Y de su conciencia de que, casi siempre, la primera mirada es la más verdadera.

Como si nos dijera: "No os enredéis en elucubraciones (conceptuales) porque lo más importante de las cosas está antes de todo eso. Cuando las historias, las sagas, los razonamientos, apenas se han desplegado (todavía)".

Sin embargo, la posibilidad de este mirar distinto suele pasar desapercibida. Quizás porque en nuestra forma de vivir, nos hemos acostumbrado a valorar, casi obsesivamente, la habilidad y la inteligencia, y no la claridad de la mirada.

Un discurso embrollado y farragoso, por ejemplo, lleva pese a todo el encanto de lo complejo. Y permite que todo siga funcionando. Nadie dirá nada contra él, pero sobre todo porque a nadie dijo nada en el fondo.

Esa dinámica colectiva tiene sin embargo un coste: y es que nos acostumbra a no ser limpios al mirar. Impide ese mirar fugaz y concentrado, que a veces puede ser transmitido.

Y esta mirada es la que nos devuelve precisamente la poesía de María.

Mirada que yo creo que es, como la mirada de un niño que aún no teme a la burla; porque se sabe verdadera antes de saber lo que los otros han convenido que hay que mirar y ocultar.


La serenidad oriental.

Esto nos lleva a otro punto que quizás valga la pena comentar.

Y es que esa mirada pura e inmediata, transmite cierto aire de serenidad oriental a todo el libro.

La palabra "silencio", por ejemplo, aparece con frecuencia, como en los poetas taoístas y zen de la China clásica.

Por otra parte, en muchas poesías, aparece el ego de la autora como "fundido" con el de la otra persona (que en unos casos es la persona amada, en otros su interlocutor y en otros su pareja de baile) (Ej.: Poesías como "El oído", "El abrazo", "La experiencia", "El paso básico", "Los ochos con desplazamiento"). Títulos que a la vez recuerdan aspectos o figuras importantes de la danza del tango.

En muchas otras poesías, hay cierta fluctuación, (que ocurre también en estados meditativos), entre la perspectiva del propio ego individual y las cosas tal como se ven desde el punto de vista humano en general.

Y también aparece con frecuencia, una invitación a la presencia plena en la eternidad del presente (compartido). Algo que también es muy oriental.

Incluso ese avaricioso presente que uno de los poemas nos invita a crear siendo con la persona amada, es una forma de ser en el que el propio ego desaparece (La Nostalgia).

¿Son casuales estas coincidencias con formas de percibir típicamente orientales?

En mi opinión no son casuales: La mirada de María, al igual que su pasión, surgen de la parada de la danza, es decir, de ese silencio no condicionado, que es el que permite que todo nazca de nuevo cada vez, como si fuera la primera vez. (Como decía otro gran poeta: "Volver al lugar en que naciste y verlo todo de nuevo por vez primera").

Ahora bien, esta actitud, es enormemente cercana a la experiencia meditativa. Porque la experiencia meditativa parte también de ese hueco que hay entre los pensamientos. Un espacio que es el único momento de libertad entre los condicionamientos del pasado y las auto-obligaciones que nos impondremos en el futuro.

Quizás eso explique, en parte, ese aroma meditativo que transpira el libro.


Acerquémonos a la danza.

¿Por qué María ha elegido al tango, una de las danzas enlazadas más notables, para hablar de la vida y del amor entre las personas?

¿Por qué? Pues porque el habla es como una danza, y la danza es como un diálogo. Y esto es algo que se nos muestra una y otra vez a lo largo de todo el libro.

-Efectivamente: en el habla, hay una pulsión, una voluntad de decir; seguida de un acto de habla; y luego de un silencio.

-Y en la danza, análogamente, hay una voluntad de movimiento; seguida de una acción; y luego de una espera.

A su vez, el momento de la acción, tanto en el habla como en la danza, es a la vez una invitación al otro: A que tome la misma actitud (cognitiva y pragmática) que nosotros en el caso del habla; En la danza, invitación a que el otro entienda el movimiento que se propone y lo acompañe. Porque sin ese acompañamiento, el baile no es posible.

Por eso, la primera poesía de este libro nos dice:

El Tango me recordó
que antes había danzado
con la Palabra

Ojalá que muchos más danzáramos con la palabra y no que la utilizamos como arma.

Lakoff y Johnson, dos famosos teóricos de la metáfora, en un bonito libro, mostraron que hay una metáfora que impregna todo el habla occidental, y es la metáfora de "una discusión es una batalla".

Esta metáfora aparece continuamente, por ejemplo, en expresiones como:

-"rebatí sus argumentos",
-"deshice su argumentación",
-"sus ideas tenían varios puntos débiles", etc, etc.

Y esto, inevitablemente, predispone lo que hacemos cuando hablamos. Porque en las metáforas hay un poder constituyente de realidad; poder constituyente que generalmente nos pasa desapercibido.

Hay que tener, por eso, mucho cuidado a la hora de elegir las metáforas que utilizaremos al hablar, pues están constituyendo el mundo. Es algo que avisaba también Pedro Salinas en un bonito poema (Amor, Mundo en Peligro, de su libro "Largo Lamento").

Una parte de la responsabilidad de que el mundo sea como es, está en las metáforas que nosotros utilizamos para describirlo. Por eso, decía Salinas, "hay que soñar despacio". Porque el mundo es muy frágil y nuestros sueños, es decir, nuestras metáforas, pueden destruirlo.

Como dicen Lakoff y Johnson, todo cambiaría, si concibiéramos las discusiones, los desacuerdos o los desencuentros, en términos de danza, por ejemplo. Las concebiríamos entonces como una sincronización, una búsqueda compartida de equilibrios, y no como una pugna por la victoria o por evitar la derrota.

Pues bien, ésto mismo es lo que María nos está diciendo: Una relación es una danza. Y vivir es danzar.

Y, por ello, tanto en el habla como en la danza, el malentendido es muchas veces consecuencia de la desincronización, de esos monólogos interiores que constituyen el diálogo.

Como dice el poema "Un desencuentro":

Si todavía no te he recorrido,
¿por qué esa ingenuidad en
preguntarme?
Y con la misma inocencia, paso.


Hablemos ahora del silencio

Dijimos que el momento final, tanto en un paso de baile como en un diálogo, es un silencio o una espera. El momento del silencio es fundamental para que tanto la danza como la comunicación sean posibles. Y muchos poemas del libro nos lo dicen. Porque en el silencio, uno vuelve a encontrarse con uno (mismo) y entonces espera a que el azar, que es la propia vida, le ayude a iniciar un nuevo despliegue. No trata de hablar lo ya hablado, de querer de nuevo lo querido.

Y sólo esa es una actitud, según el libro, auténticamente masculina, o sea activa y creativa, que, como dice un poema, sea capaz de imponer un auténtico silencio a la parte femenina. Es decir, al principio receptivo de nuestra propia personalidad. Un principio femenino que, entonces, se prepara para desplegarse una vez más.

Ojalá que Justo nos pudiera leer luego "El destino", uno de los poemas del libro en que aparece de modo más claro e inquietante, este papel generador del silencio.

De esta profunda intuición sobre el destino que María nos propone (si yo no la he interpretado mal), creo que podríamos extraer, además, un importante corolario:

-Y es que una persona tiene un destino prefijado, como en una tragedia, únicamente cuando no consigue crear momentos de espera en su danza.

-Y una persona es tanto más libre, cuantos más momentos de silencio o espera es capaz de crear. Pues hace nacer un nuevo destino con cada momento de silencio que abre, en ese desequilibrio inevitable producido por la acción.

Habría mucho que decir de ese juego, entre la parte activa y la parte receptiva de la propia personalidad. Que se da a la vez en la danza, en la vida, en el amor y en uno mismo. Porque el libro de María está lleno de ejemplos de ese jugar.

Pero, en lugar de hablar de ello, os invito a que cada cual lo vea en movimiento en el propio libro y extraiga sus propias impresiones. Y con ello, paso al cuarto nivel de posible lectura que comenté al principio: el de la autenticidad personal.


La autenticidad.

Hablamos antes del respeto por uno, del aprecio por uno, como punto de partida para poder amar y para poder vivir con otros.

María parece sugerirnos que ese respeto por uno es una cuestión de equilibrio: mantener una actitud auténtica, activa, no delegada, en los propios actos; y a la vez apreciar sinceramente lo que uno es realmente, no lo que uno debería ser pero no consigue ser en su presente.

Quizás la clave de la felicidad, al igual que la de la danza, esté precisamente en conseguir cierto equilibrio entre tendencias, que todos llevamos dentro. Al menos, eso creo deducir de muchos de los poemas de este libro.

¿Y cómo podemos conseguir ese equilibrio, en la relación con nosotros y con los otros?

Quizás todo consista, sencillamente, en empezar a mirar de una manera distinta, como hace este libro. Porque nuestra mirada constituye mundos, como si lleváramos ángeles en los ojos, tal como dijeron a su manera Rilke, Salinas y tantos otros poetas post-románticos.




La felicidad.

Y con esto llego al final, a un último punto, que quizá sea el más importante de los que quería comentar, y sin el cual, no se entiende completamente ninguno de los anteriores.

Y es que María, ella probablemente no lo reconocerá, pero estoy convencido de que ella es un ser especial.

¿Por qué lo digo? Porque ella, es feliz (no se trata de un halago, sino del reconocimiento de un hecho).

Yo pensaba que esto de ser feliz era cosa de 4 privilegiados. Pensaba incluso que era algo sólo accesible a monjes, a lamas, o a personas que, ya en su vejez, consiguen cierta serenidad filosófica, tras años de sufrimientos.

Pero cuál no sería mi sorpresa, cuando me encontré con que una de las mejores bailarinas de tango en Zaragoza, era una persona feliz (sencillamente y sin aspavientos).

En cuanto leí el libro ya me dio la sensación, porque todo el libro transmite una impresión de felicidad como redonda y estable. Pensé: "la persona que ha escrito este libro tiene que ser una persona feliz".

Pregunté entonces a amigos y familiares de María y todos me lo confirmaron: "María es una persona feliz". Algo que he confirmado luego yo mismo, al escuchar muchas veces de ella la manera que tiene de plantear las cosas. De plantear todas las cosas, independientemente de su dureza (Y también su manera de decir, con total sinceridad: "Me encuentro muy bien, Antonio. Cada vez estoy mejor"). Así de sencillo.

Así que este libro que tenemos entre las manos, puede ser muchísimo más importante debido a este detalle, que por todo lo que he comentado anteriormente.

Porque a alguien que es feliz, a alguien que es sinceramente feliz, merece la pena escucharle.





2 comentarios:

Cardiel dijo...

¡Madre mía, en la Fnac! ¡Cuánto me hubiera gustado haber estado allí! Demasiado joven, quizás. ¡Al menos puedo disfrutar de lo que se dijo en diferido! Gracias. Todo un regalo cuando ya se ha leído el libro. Un abrazo, David

María dijo...

Para mí fue un regalo escribir este libro. Leer lo que han escrito sus lectores entre líneas ha multiplicado esa emoción. ¡No puedo dejar de sonreir cuando se habla de él!
Otro abrazo
María