Prestando voz a quien no la tiene.
Argumentos para una separación
Sigo viendo lo mismo que antes, pero ahora veo que tú no ves lo que yo veía. Y no es un juego de palabras.
Siempre me ha dado igual lo que dijeras porque me entusiasmaba la forma en que lo hacías. Pero no me refiero a esa vehemencia que ocultaba tu pasión, ni a esa cólera que enmascaraba tu firmeza, ni a ese miedo que anulaba tu prudencia, ni a esa rutina sometiendo a un ritmo que no necesitaba pentagrama, ni a esa intolerancia que no podía esconder un generoso corazón, ni a ese infantilismo que hacía reír de tapadillo al niño que tenías encerrado con todas esas llaves. No te admiraba porque tus ideas fueran originales.
Siempre leí lo que mi naturaleza necesitaba en lo que publicaron otros.
Me gustabas tú, sin esa impostura de “genio” “célebre” “póstumo” y se entiende, porque en esa “otra humanidad” yo no podía estar. Yo era de este mundo y no iba a renunciar a él por unos cuantos elogios aunque tuvieran pedigrí. Te quería a ti, sin adornos ni firuletes.
Quería a ese hombre que se te ha despistado por querer diseñar otro modelo genial. Por obligarte a demostrar que eras el mejor y mostrar por ello que no admitías tus limitaciones.
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