jueves, 5 de noviembre de 2015

RECORDANDO MIS CONVERSACIONES CON MARÍA DOLORES

Zaragoza

Cuando yo era niña se me ocurrió pensar que una sonrisa podía cambiar la historia.

Imaginaba “un hombre hosco, de mal genio” (con suficiente poder para influir en el devenir cotidiano), cruzándose un día (en el que este caballero iba a tomar una decisión importante), con una “mujer feliz, de ojos brillantes” capaz de iluminar su lado oscuro. Ese cambio de humor suponía serenidad a la hora de resolver problemas y un ahorro en guerras.

Más tarde comprendí que somos más complicados y que la agresividad necesita un pararrayos de mucha mayor envergadura.

Un tercer tiempo me hizo “egoísta”.

 ¿Por qué renunciar a ningún aspecto por muy oscuro que fuera.?
¿Por qué permitir que me asustara lo desconocido?
 Sabía que no me era posible conocerlo todo, pero una idea fundamental, sí:

 “El mal no existe”.  Simplemente se le confunde con un "bien cobarde"

 La clave estaría en encontrar un ritmo en las secuencias de cualquier historia desde donde poder acceder a la partitura entera.

En ese guión, todos y cada uno de los seres humanos somos imprescindibles.





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