(Fernando Pessoa)
Me vi completo el partido de Rafa Nadal. Disfruté con el juego de ambos. Cualquiera de los dos podía haberse proclamado campeón. Estaba entusiasmada con aquellos argumentos que iban de un extremo a otro de la pista (casi envidiaba a esa pelota que no se perdía ningún golpe) y dejó de tener importancia quien se llevaría la copa.
Entiendo que para los críos sea fundamental la identificación del héroe con una corona de laurel, una copa grande en las manos (como si fuera un “as” de la baraja humana) y le suban en un podio para que no haya altura que le tape, pero no deberíamos despistarnos con esas “angaripolas” de la seducción que supone jugar a “ser”.
Me vi completo el partido de Rafa Nadal. Disfruté con el juego de ambos. Cualquiera de los dos podía haberse proclamado campeón. Estaba entusiasmada con aquellos argumentos que iban de un extremo a otro de la pista (casi envidiaba a esa pelota que no se perdía ningún golpe) y dejó de tener importancia quien se llevaría la copa.
Entiendo que para los críos sea fundamental la identificación del héroe con una corona de laurel, una copa grande en las manos (como si fuera un “as” de la baraja humana) y le suban en un podio para que no haya altura que le tape, pero no deberíamos despistarnos con esas “angaripolas” de la seducción que supone jugar a “ser”.
En el frontispicio del deporte se puede leer “lo importante no es ganar, sino participar” y es una verdad tan fundamental que si pudiéramos participar en todas las empresas que la vida nos guarda sin pensar en el resultado final, ganaríamos siempre. Y lo haríamos porque no nos perderíamos en ese trueque absurdo de vestirnos con el elogio de otros, o dicho de otra manera, como no nos ocultaría ningún disfraz, nos reconoceríamos en cualquier situación buena o desfavorable, y ese sería el premio.
En el juego del amor pasa lo mismo. Hacen falta dos y en la medida que no haya premios, objetivos a conseguir, será fácil responder a ese íntimo diálogo que no persigue nada más que hablar. Y como no hay copas, ni coronas, ni certificados que subrayen redundancias, es fácil arriesgarse en la incursión de conocer a quien nos parece que en su compañía nos podríamos reconocer.
Es un viaje complicado pues no podemos asegurarnos nada, ya que el otro está en las mismas condiciones y un movimiento involuntario puede sacar al compañero de la pista, es decir, le puede “despistar”, y hacerle daño.
En caso de duda, de no saber qué hacer, usar el sentido común y ponernos de ejemplo. No me refiero a que nos “estampillen” en unas octavillas como hacía la iglesia con sus santos hace tanto tiempo, sino que lo que hagamos pueda ser ley universal, como decía Kant.
Es difícil aconsejar porque hay una parte, la fundamental, que un@ tiene que sembrar en la soledad de su intimidad y afrontar con responsabilidad los riesgos de este cultivo.
Ánimo Andrea, esos son los únicos problemas que tiene la vida. Todo lo demás son excusas para complicárnosla y huir de nosotros en la descalificación de los demás.
(Ahora no sé cómo bajar de este púlpito al que me he subido).
En el juego del amor pasa lo mismo. Hacen falta dos y en la medida que no haya premios, objetivos a conseguir, será fácil responder a ese íntimo diálogo que no persigue nada más que hablar. Y como no hay copas, ni coronas, ni certificados que subrayen redundancias, es fácil arriesgarse en la incursión de conocer a quien nos parece que en su compañía nos podríamos reconocer.
Es un viaje complicado pues no podemos asegurarnos nada, ya que el otro está en las mismas condiciones y un movimiento involuntario puede sacar al compañero de la pista, es decir, le puede “despistar”, y hacerle daño.
En caso de duda, de no saber qué hacer, usar el sentido común y ponernos de ejemplo. No me refiero a que nos “estampillen” en unas octavillas como hacía la iglesia con sus santos hace tanto tiempo, sino que lo que hagamos pueda ser ley universal, como decía Kant.
Es difícil aconsejar porque hay una parte, la fundamental, que un@ tiene que sembrar en la soledad de su intimidad y afrontar con responsabilidad los riesgos de este cultivo.
Ánimo Andrea, esos son los únicos problemas que tiene la vida. Todo lo demás son excusas para complicárnosla y huir de nosotros en la descalificación de los demás.
(Ahora no sé cómo bajar de este púlpito al que me he subido).
Acércame tu risa.
Gracias
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