Ricardo Reis
(Heterónimo de Fernando Pessoa)
El lecho del río
Ven a sentarte conmigo,
Lidia, a la orilla del río. Sosegadamente miremos su curso y aprendamos que la
vida pasa, y nosotros no estamos con las manos enlazadas. (Enlacemos las manos)
Me he sentado contigo a la
orilla del río. Sosegadamente mirabas su curso. Querías enseñarme que la vida
pasa y no tenías mi mano entre las tuyas. El cauce el río fue mi lecho. Pasé
desapercibida ante tus ojos. ¿A quién hablabas?
Después pensemos,
criaturas adultas, que la vida pasa y no queda nada, nada deja y nunca regresa.
Va hacia un mar muy lejano, hacia el Hado. Más lejos que los dioses.
Sentada a tu lado, quieta,
querías enseñarme que la vida pasa y no queda nada, nada deja y nunca regresa.
¿De qué lugar más allá de los dioses hablabas? ¿Y a quién? pues el cauce del
río era mi lecho y pase desapercibida ante tus ojos.
Desenlacemos las manos,
porque no vale la pena que nos cansemos. Ya gocemos, ya no gocemos, pasamos
como el río. Más vale saber pasar silenciosamente. Y sin grandes desasosiegos.
Desenlazaste tu mano de la mía
porque no valía la pena cansarse. Querías enseñarme a pasar silenciosamente,
sin grandes desasosiegos. Tu mano me señaló el cauce del río, y yo, sumisa, me
acosté en él. Mirabas abatido el curso del río, pero yo, pasé desapercibida
ante tus ojos.
Sin amores, ni odios,
ni pasiones que levantan la voz, ni envidias que dan movimiento excesivo a los
ojos, ni cuidados, porque si los tuviese el río siempre correría. Y siempre
iría a dar al mar.
Sin amores, ni odios, ni
pasiones que levanten la voz. Así me querías a tu lado. Pero una hembra ocupó
mi lugar y el río me llamó a que yaciera en su lecho.
Amémonos
tranquilamente, pensando que podíamos, si quisiésemos, trocar besos y abrazos y
caricias. Pero más vale estar sentados uno junto al otro. Oyendo correr el río
y viéndolo.
Pensabas en lo que podíamos
hacer y no querías. Querías estar sentado junto a mí, pero me señalabas cuál
era mi lugar en el lecho del río. Sumisa en él duermo.
Cojamos flores, pon en
ellas tus manos y llévalas al seno, y que su perfume suavice el momento, este
momento en que sosegadamente no creemos en nada, paganos inocentes de la
decadencia.
Desde el lecho del río te oí
hablar de flores, de perfume, de la muerte sosegada, pero ¿con quién hablabas,
si yo yacía en el lecho de tu río?
Al menos, si yo fuera
una sombra antes que tú te acordaras de mí, sin que mi recuerdo te arda, hiera
o te conmueva, porque nunca enlazamos las manos, ni nos besamos. No fuimos sino
niños.
¡Pobre amado mío! Demasiado
infantil para serlo.
Y si antes que yo
llevaras tú el óbolo al barquero sombrío, yo nada tendré que sufrir al
recordarme de ti. Me serás suave a la memoria recordándote así a la orilla del
río, pagana triste y con flores en el regazo.
El curso del río me lleva hacia
un lejano mar, hacia el hado y allí volveré a despertar en la tierna mirada de la inocencia.