MIS CONVERSACIONES EN EL 2004

Mi pequeña
amiga. No sé muy bien de qué hablas, pero entiendo que estás pasando un mal
momento. La vida incluye estas secuencias y el tiempo nos ayuda a encontrar el
tono más adecuado para afrontarlas.
En alguna
ocasión he intervenido en conversaciones en las que se trataba injustamente a
personas a las que yo conocía bien y que de ninguna manera se ajustaba a la
verdad aquello que se decía. Esa es la primera sensación que he tenido al leer
tu carta. No eres justa contigo, pero es normal esa reacción.
Quizás yo
esperaría de ti algo más de serenidad y, por qué no decirlo, de valor.
Hay que ser
valiente para admitir errores y ceñirse a la realidad. ¿Alguien ha sufrido por
mi culpa? Pediré perdón y restituiré lo que pueda. Así podré quedarme a solas
con mi realidad.
Cuando tenemos
pocos años los conflictos aparecen multiplicados y un garbanzo, a pesar de que
lo oculten siete colchones, es capaz de amoratarnos el ánimo. La vida nos
parece un cuento, feliz o desgraciado, pero un cuento.
Cuando tenemos
pocos años necesitamos puntos de referencia. Las grandes ideas parecen tener
vida propia y les ponemos un rostro
divino porque somos demasiado pequeños
para alojarlas en nuestra comprensión.
No somos capaces de compartir un juguete
que es “nuestro”, porque traducimos
“ser” por “poseer”. Dibujamos fronteras que nos impiden crecer en esa mezcla
vital que llega del otro lado y levantamos muros creyendo que así no se verá
nuestra delgadez humana.
Maduramos. Tarde o temprano, los años, los nuestros, se
extrañan y quieren estar todos juntos. Es éste un momento delicado, pues cada
uno defiende lo suyo. No es lo mismo el año 6 que el 26 o el 86 y hay que
encontrar un espacio donde todos puedan sentirse cómodos sin renunciar a sus
peculiaridades.
Soportamos mal no ser el ombligo del
mundo y reaccionamos como reyezuelos. Un niño puede decir “te odio” porque no
tiene recursos todavía para diferenciar responsabilidad y dependencia, pero si
odiara un adulto, se habría cerrado caminos fundamentales para alcanzar la
madurez en ese viaje al centro de uno mismo.
La paradoja está en que ese trayecto solo
puede hacerse desde la madurez que se aloja en ese centro.
Querida amiga. Gracias por prestarme tu
espejo.
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