Esperaba, como todos los días, el autobús.
Subí la primera, aunque era la tercera en una fila que fue
aumentando desordenadamente.
La máquina dijo que no, que mi tarjeta no era válida. Volvía
validar y la respuesta fue la misma: “que no”.
Los pasajeros pasaban (también de mí) y el conductor se multiplicó
en dispensar los billetes y comprobar que mi tarjeta de transporte era legal.
(Yo no tenía ninguna duda). Se le veía cansado y se dirigía a mí de manera
displicente. Después de varios intentos con una incómoda expresión, me dijo con tono cansino: “puede pasar”. Y pasé. Pasé de él, sin darle las
gracias.
Ese “des-agradecimiento” me hizo sentir incómoda y pensé que la
solución hubiera sido dar dos golpecitos cariñosos a la máquina validadora
dejando constancia indirecta de que me hacía cargo de su agotamiento.
Hay que comprender que a veces (pocas), se comportan (nos
comportamos) como autómatas y la empatía es un oasis donde reponer fuerzas. Estos
días están de huelga y la lucha por los derechos desgasta.
En ese momento él no estaba para responder emocionalmente y yo
quise guardar silencio para no hacer hablar a las máquinas.
A través de la ventanilla el paisaje era gris pero se adivinaba un
sol que podía llegar en cualquier momento.
Y llegó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario