domingo, 29 de julio de 2018

A FERNANDO PESSOA - SI YO FUERA LIDIA



Ricardo Reis
(Heterónimo de Fernando Pessoa)



El lecho del río

          Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río. Sosegadamente miremos su curso y aprendamos que la vida pasa, y nosotros no estamos con las manos enlazadas. (Enlacemos las manos)

Me he sentado contigo a la orilla del río. Sosegadamente mirabas su curso. Querías enseñarme que la vida pasa y no tenías mi mano entre las tuyas. El cauce el río fue mi lecho. Pasé desapercibida ante tus ojos. ¿A quién hablabas?

          Después pensemos, criaturas adultas, que la vida pasa y no queda nada, nada deja y nunca regresa. Va hacia un mar muy lejano, hacia el Hado. Más lejos que los dioses.

Sentada a tu lado, quieta, querías enseñarme que la vida pasa y no queda nada, nada deja y nunca regresa. ¿De qué lugar más allá de los dioses hablabas? ¿Y a quién? pues el cauce del río era mi lecho y pase desapercibida ante tus ojos.

          Desenlacemos las manos, porque no vale la pena que nos cansemos. Ya gocemos, ya no gocemos, pasamos como el río. Más vale saber pasar silenciosamente. Y sin grandes desasosiegos.

Desenlazaste tu mano de la mía porque no valía la pena cansarse. Querías enseñarme a pasar silenciosamente, sin grandes desasosiegos. Tu mano me señaló el cauce del río, y yo, sumisa, me acosté en él. Mirabas abatido el curso del río, pero yo, pasé desapercibida ante tus ojos.

          Sin amores, ni odios, ni pasiones que levantan la voz, ni envidias que dan movimiento excesivo a los ojos, ni cuidados, porque si los tuviese el río siempre correría. Y siempre iría a dar al mar.

Sin amores, ni odios, ni pasiones que levanten la voz. Así me querías a tu lado. Pero una hembra ocupó mi lugar y el río me llamó a que yaciera en su lecho. 


          Amémonos tranquilamente, pensando que podíamos, si quisiésemos, trocar besos y abrazos y caricias. Pero más vale estar sentados uno junto al otro. Oyendo correr el río y viéndolo.

Pensabas en lo que podíamos hacer y no querías. Querías estar sentado junto a mí, pero me señalabas cuál era mi lugar en el lecho del río. Sumisa en él duermo.

          Cojamos flores, pon en ellas tus manos y llévalas al seno, y que su perfume suavice el momento, este momento en que sosegadamente no creemos en nada, paganos inocentes de la decadencia.

Desde el lecho del río te oí hablar de flores, de perfume, de la muerte sosegada, pero ¿con quién hablabas, si yo yacía en el lecho de tu río?

          Al menos, si yo fuera una sombra antes que tú te acordaras de mí, sin que mi recuerdo te arda, hiera o te conmueva, porque nunca enlazamos las manos, ni nos besamos. No fuimos sino niños.

¡Pobre amado mío! Demasiado infantil para serlo.

          Y si antes que yo llevaras tú el óbolo al barquero sombrío, yo nada tendré que sufrir al recordarme de ti. Me serás suave a la memoria recordándote así a la orilla del río, pagana triste y con flores en el regazo.

El curso del río me lleva hacia un lejano mar, hacia el hado y allí volveré a despertar en la tierna mirada de la inocencia.




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