Conversar es un arte.
El arte es un juego de seducción que pretende abrazar a la palabra.
La pintura de Susana Negri deletrea, acaricia el paisaje en el que se mueve y nos provoca. Lo hace de una manera equilibrada, sin romper el objeto de debate: el tango.
Tango es una mezcla de igualdad y libertad, llamado equilibrio. Igualdad de salida y libertad de llegada es una meta irrenunciable para el arte de ser humano.
La autora nos acoge a todos en la misma línea de salida: la contemplación de su obra, en la que cada uno podrá perderse o encontrarse, según su estado de ánimo. Todos los matices de su pintura permiten este vital juego. Sin pudor podemos decir entonces que la pintura de Susana Negri es “buena”, buena entre las más expresivas comillas. Buena más allá de las definiciones que dan los premios y que obedecen a otros intereses que no nos interesan en este encuentro. La atención la tenemos toda puesta en encontrarnos y el tango es una excelente tierra para hacerlo.
No hace falta recordar que el tango nació en un encuentro de emigrantes. Cada uno llevaba en su maleta una idea sobre la vida, música y un idioma distinto. Encontraron la forma de dibujar en el otro la palabra, mediante cortes y quebradas, iniciándose, de esta manera, el lenguaje universal del tango. De vez en cuando, algún compadrito pretendió poner su firma en este cuadro y venderlo como propio, pero el sentido común del tango acabaría recuperándose de esta chiquillada.
El juego de autor-espectador es imprescindible para el sano crecimiento de cualquier obra. Este espejo no es una simple réplica de imagen. Es una toma de distancia que nos permitirá vernos a nosotros mismos. Un viaje fundamental para alcanzar el arte de la madurez.
Susana Negri nos deja un lugar (el nuestro, el que nos corresponde) en la obra expuesta, para que dibujemos, entre sus pinceladas, la emoción que quiebre cualquier uniformidad de pensamiento y le haga un corte (elegante, eso sí) al aburrimiento.
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