Habíamos quedado a las 6,30 en la puerta y allí estaba yo. Llamé y subí. A las 7 era la cita para salir hacia Madrid y me la encontré en pijama, corriendo de allá para acá, organizando sus cosas. A las 7, según lo previsto, estábamos en el autobús y aún tuvimos que esperar la llegada de los más rezagados.
Estaba contenta. Visitar el Congreso de los Diputados había sido un aliciente para salir de casa. Hacer este viaje acompañada de una amiga le daba seguridad y llenó su itinerario de planes. Sus defensas se encargarían luego de ajustarle la agenda.
Llegamos a las 11,30 y el autobús aparcó al lado del Museo del Prado. Media hora más tarde nos esperaban para iniciar la visita guiada. Calculó que le daba tiempo y entró buscando unas láminas de Juan Fernández “El Labrador”. Me quedé fuera y tomé algunas fotos.
Eran menos cinco y Loli no había salido. A menos cuatro sí y nos apresuramos para que el retraso fuera mínimo.
Llegamos.
Incorporadas al grupo escuchamos las explicaciones de los expertos.
Fue emocionante recorrer los pasillos, visitar alguno de los despachos y desembocar finalmente en el Hemiciclo. Claro que miramos al techo donde quedó dibujada aquella caricatura de autoridad. Quien no tiene poder de convocatoria asusta y esa amenaza es más convincente con una pistola. Pero no fue eso lo que nos emocionó. El eco de tantas y tantas palabras danzando por aquella sala, más pequeña de cómo aparece en televisión, nos hizo sonreír a todos.
Tenemos un testimonio gráfico de esa contentura y una cariñosa firma en esa amistad de tantos años. Gracias Loli.
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