Vicente es un amigo que llega,
(uno más), herido en esa difícil batalla que tiene lugar en el corazón humano.
¡Cómo recuerdo a Machado!
Lo
conocí en Granada, el segundo año que asistí al Festival de Tango. Me llamaron
la atención él y, su compañera. Los dos rubios y guapos. Tardé en volverlos a
ver.
Pasaron
una crisis en su relación. Él rompió en una depresión y finalmente se
separaron. En ese proceso apareció Elena. Después de tres años Elena se ha ido
y Vicente está conmocionado por un insoportable sentimiento de fracaso
personal. Pasa unos días con nosotros. Jesús lo acoge en su casa y Carmen hace
de cicerone. Yo me uno cuando puedo.
¡Qué
difícil es saber cómo actuar en estos casos! Se comete el error de tomar
partido cuando lo que haría falta sería rebajar tensiones.
En
las guerras convencionales los países “amigos” se encargan de abastecer de
armas suficientes a sus protegidos y consiguen (¿lo que realmente pretenden?)
llenar sus arcas con el dinero de esta venta, y hacer más férrea la trinchera
rompiendo puentes de comunicación.
Cuando
damos argumentos (armas) al amigo sobre aspectos negativos del otro para
afianzarle en sus quejas, estamos haciendo un flaco favor a la amistad. Pero
también lo es crear falsas expectativas si la separación es inevitable.
Aceptar
el dolor, vivirlo sin escapar, sin buscar aturdimientos que tienen el efecto de
una bomba de racimo, es heroico.
Admitirnos, querernos a nosotros mismos en ese estado significa que al
otro le guardas su lugar, le dejas un espacio al que siempre puede volver. Ese
punto de generosidad es el único bálsamo para las heridas.
Los
amigos deberían reforzar la autoestima que se pierde en esa guerra y ser testigo
de los valores de ambas partes.
Te
lo diré en mi catalán. Yo te estimo Vicente. Y a Elena.
María
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